lunes, 13 de agosto de 2012

El Sagrado Corazón de Jesús late en la Eucaristía




         El Sagrado Corazón del Hombre-Dios late en la Eucaristía con la fuerza vital de un doble amor, la del amor divino substancial de la Trinidad y la del amor humano de Jesús. Con este doble amor, con el que nos ama personalmente a cada uno de nosotros, se encuentra Jesús existiendo espiritualmente, invisiblemente, gloriosamente, en la Eucaristía, y es este doble amor el que nos infunde en nuestras almas, derramándolos desde lo más profundo de nuestro ser, cada vez que consumimos la Eucaristía.
         Por el misterio de la unión hipostática, el Corazón humano de Jesús está unido íntimamente al Corazón único de Dios, por lo que su Corazón humano, que existe, divinizado, glorioso e invisible en la Eucaristía, posee, además del amor humano perfecto –porque Jesús en cuanto hombre es perfecto-, el amor de la Trinidad, es decir, el Amor substancial del Padre y del Hijo, el Amor espirado por el Padre y co-espirado por el Hijo, el Espíritu Santo.
Por eso en la Eucaristía, Cristo nos ama con un doble amor: con el amor substancial del ser divino, el Espíritu divino de Amor, y con el amor que como ser humano perfecto posee desde la Encarnación.
Desde la Eucaristía Cristo nos ama con su amor humano y con su amor humano divinizado quiere hacernos partícipes e incorporarnos, a través de la incorporación a Él, a su Humanidad sacramentada, y donarnos la corriente de vida y de amor divino que circula entre las Personas de la Trinidad.
La unión que Cristo pretende con nosotros, la unión que Él intenta en nosotros con Él y en Él y con Él a la Trinidad, no es meramente moral, psicológica, imaginaria. Es una unión real, substancial, de nuestras almas con Él y en Él con la Trinidad. Ante tal maravilloso don de Cristo, nosotros podríamos preguntarnos: ¿no son sólo simples consideraciones y deseos nuestros? ¿es posible realmente semejante don?
Sì. Es posible, la unión intentada por Cristo entre nosotros y Él y en Él con la Trinidad, es una unión real y no meramente moral, porque el Corazón Eucarístico de Cristo es la más excelsa expresión de las relaciones trinitarias y, al mismo tiempo, la más maravillosa prolongación ad extra de estas relaciones intratrinitarias por estar este Sagrado Corazón unido íntimametne, indisolublemente, al Corazón del Verbo, Corazón único de las tres Personas divinas. A través del Corazón eucarístico de Jesús y por medio de él, nos llega a nuestras almas el amor trinitario porque en él están presentes las Personas de la divinidad, las cuales se aman eternamente con el amor substancial divino.
A través del Corazón eucarístico de Jesús, se prolongan, en el tiempo y en el espacio, sobre el altar primero –y en el alma después- las relaciones de amor de las Personas divinas; en otras palabras, el amor con el cual las divinas Personas se aman en la eternidad, está contenido en su plenitud substancial, en el Corazón eucarístico de Jesús, y desde allí este caudal de amor se nos comunica a nuestras almas.
Por eso el dono del amor divino substancial, que se nos ofrece en cada comunión eucarística, no es una simple consideración de la teología, sino una asombrosa, maravillosa y misteriosa realidad.
Sin embargo, el amor del Corazón eucarístico de Cristo no se detiene ni se contenta sólo con donarnos la vida intratrinitaria y la corriente de amor que circula al interno de esta divina comunión de Personas. Quiere no sólo darnos el don del amor divino –con cuya posesión el alma, según los místicos, moriría de amor sino fuera sostenida por la gracia divina-, sino también hacernos parte de ese mismo Amor substancial, quiere que nosotros y el Amor hipostático, seamos una sola cosa, un solo espíritu. Quiere introducirnos y hacernos parte de la vida intratrinitaria, lo cual significa hacernos parte de la alabanza, la glorificación, la alegría eterna que Él como Unigénito, en el Espíritu de Amor, otorga al Padre por la eternidad.
En la Eucaristía, Cristo prolonga su generación eterna desde el Padre, continúa su Encarnación en el seno de la Virgen, renueva su Pasión dolorosa, existe glorioso y resucitado, está sentado en su trono de gloria por los siglos sin fin; en la Eucaristía, Cristo es eternamente generado por el Padre, prolonga su Encarnación en el tiempo, se encuentra presente, glorioso, resucitado y tres veces santo, en el seno glorioso del Padre, del cual fue generado.
En la Eucaristía, el Corazón Eucarístico de Cristo, el Hombre-Dios, por el Espíritu Santo que inhabita en Él, proporciona alabanzas, gloria, amor y adoración a Dios Trino por toda la eternidad. A esta alegría suya, eterna, sin límites, tenemos acceso en cada comunión eucarística; en cada comunión eucarística, como un anticipo en el tiempo de lo que será la alegría eterna, nos hacemos parte del Corazón Eucarístico de Jesús que en cada latido suyo adora a Dios en un mar infinito de alegría infinita.

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