martes, 17 de diciembre de 2013

Hora Santa para Navidad 2013


         Inicio: ingresamos en el Oratorio, hacemos silencio interior y exterior; acallamos no solo nuestra voz, sino los pensamientos de nuestra mente, para poder escuchar la Voz de nuestro Dios, Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y con su Amor infinito que nos habla en el silencio. Pedimos la intercesión de María Santísima y la de nuestros Santos Ángeles Custodios, para que nuestra pobre y humilde adoración se eleve hasta el trono de la majestad de Dios. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por la Navidad, por el hecho de que Jesús ha querido encarnarse y nacer virginalmente de María, para manifestársenos como Niño recién nacido, un Niño que es Dios encarnado. Ofrecemos también esta Hora Santa por todos aquellos, católicos y no católicos, que menosprecian, olvidan y ultrajan estas Navidades, con toda clase de ofensas, al Niño Dios nacido en el Pesebre de Belén y que continúa su Nacimiento en la Eucaristía, y ofrecemos también esta Hora Santa en reparación por las blasfemias proferidas contra la Madre de Dios a lo largo y ancho del mundo, pero sobre todo en la película: “El Nacimiento” y en la obra teatral “El testamento de María”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
         Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Adeste, fideles, laeti triunfantes”.

         Meditación

         Jesús, Tú eres el Hijo eterno del Padre, engendrado desde la eternidad “entre esplendores sagrados”; ante Tu Presencia, los ángeles y los santos se postran en adoración y el Amor que les comunicas es tan grande, que ni los ángeles más poderosos, ni los santos más grandes, son capaces de abarcarlo ni de comprenderlo y mucho menos de agotarlo, siquiera en ínfima medida, y si no estuvieran auxiliados por tu gracia, morirían al instante, pero de amor y de alegría, tanto es su contento de estar ante tu Presencia y contemplarte a Ti, que vives y reinas en los cielos, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo. Jesús, Tú nada necesitas, porque en la perfección infinita de tu Ser trinitario y en la comunión de vida y amor con el Padre y el Espíritu Santo, encuentras todo tu contento y alegría y nada necesitas, en absoluto, para ser eterna e inmensamente feliz y a nadie necesitas para que perfeccione tu infinitamente perfecto Ser divino; sin embargo, en cumplimiento de la Voluntad del Padre, te encarnaste en el seno virgen de María y, sin dejar de ser Dios, fuiste revestido por tu Madre con su carne y su sangre materna, para que de Dios Invisible que eras, te hicieras visible y te manifestaras al mundo como un Niño humano, siendo Dios de majestad infinita, y todo esto lo hiciste, no por necesidad ni obligación alguna, sino para comunicarnos tu Amor infinito, celestial, inagotable, eterno, incomprensible. Jesús, que siendo Dios vienes a nosotros en Navidad como Niño, sin dejar de ser Dios, haz que tu Madre prepare nuestros corazones, para que sean como otros tantos Portales de Belén, pobres y humildes, en donde Tú, Dios de gloria y majestad infinita, puedas nacer por la gracia, para así concedernos tus dones, tu perdón, tu salvación, tu amor, tu gloria, tu paz y tu alegría. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te pedimos para esta Navidad, que seas Tú y solo Tú, oh Dios encarnado que vienes a nosotros como Niño recién nacido, nuestra única y verdadera alegría; por tu Madre, concédenos la gracia de alegrarnos, no en las cosas pasajeras y efímeras del mundo, sino en Ti mismo, Dios de Alegría infinita, que abres tus bracitos de Niño Pequeñísimo en la gruta de Belén, para que te tomemos en nuestros brazos y así recibir de Ti el abrazo de Dios, que nos perdona y salva; que la Alegría de tu Ser trinitario, que se esparce sin medida desde el Portal de Belén, nos sostenga en las pruebas y tribulaciones de la vida y que sea el fundamento de las pequeñas y verdaderas alegrías cotidianas; que Tu Alegría, la Alegría que irradias desde el Pesebre de Belén, disipe nuestra tristeza, la tristeza que invade nuestro ser cuando, ante las tribulaciones de la vida, nos olvidamos de tu Nacimiento, de tu Muerte en Cruz y de tu Resurrección, porque si te tuviéramos presente en todo momento, en nuestras mentes y en nuestros corazones, no nos dejaríamos arrastrar por las tribulaciones, que son siempre pasajeras y que son permitidas por Ti para acercarnos más a tu Sagrado Corazón. Niño Dios, que naces en Belén para darnos tu Alegría infinita, concédenos alegrarnos por tu Nacimiento, más allá de las vicisitudes pasajeras de esta vida terrena, como anticipo de la Alegría, ya sin mezcla alguna de tristeza y dolor, que esperamos vivir en la eternidad, por tu Misericordia. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú eres Dios eterno y viniste a nuestro mundo, en el tiempo, como un Niño, sin dejar de ser Dios, y por la liturgia de la Iglesia renuevas, en el misterio litúrgico, tu Primera Venida y tu Nacimiento virginal; Tú fuiste engendrado en la eternidad en el seno eterno del Padre, y naciste en el tiempo en el seno virgen de María; Tú vendrás al fin de los tiempos, en la Parusía, no escondido en la humildad de nuestra carne, sino que serás visible en la gloria infinita de tu Ser divino; vendrás a juzgar a todos los hombres de todos los tiempos, y por eso te pedimos, oh Buen Jesús, que en esta Navidad nazcas en nuestros corazones por la gracia, gracia que nos salva, porque perdona nuestros pecados y nos abre las Puertas del cielo; ven, Niño Dios, Salvador de los hombres, sálvanos a nosotros, a nuestros seres queridos y a todo el mundo; no tengas en cuenta nuestros pecados; ten en cuenta más bien la fe de la Iglesia, que es nuestra fe, y condúcenos a todos, por tu Misericordia Divina, al Reino eterno de los cielos, el seno eterno de tu Padre, en donde cantaremos y glorificaremos tu Amor infinito por los siglos sin fin. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, siendo Tú Dios eterno, adorado por los ángeles que exaltan con júbilo las maravillas inagotables de tu infinito Amor, cuando viniste a esta tierra te encarnaste en el seno virginal de María, Tabernáculo viviente que te alojó con el Amor mismo de Dios, el Espíritu Santo, y después de cumplir nueve meses en este Sagrario más precioso que el oro, y habiendo llegado la hora a la Virgen de darte a luz, no encontraste lugar, entre los ricos albergues de Belén, para nacer, porque los albergues estaban todos ocupados y llenos, símbolo y figura del corazón humano que, ocupado con las cosas del mundo y lleno de soberbia, no tiene lugar para Ti, que eres su Dios Creador, Redentor y Santificador. Es por esto que debiste nacer en una humilde gruta, un refugio de animales, frío y oscuro, que debió ser limpiado por la Virgen, quitando el estiércol y la suciedad, para que al menos, en su pobreza y humildad, fuera más digno de Ti; también San José aportó con lo suyo, al ir a buscar un poco de leña para el fuego, de modo de atenuar el intenso frío de la noche. Este Portal de Belén, pobre, oscuro, frío, sin atractivo alguno, manchado con la actividad fisiológica de los animales, es la figura del corazón humano sin la gracia, puesto que sin la gracia, que es luz y calor del Amor de Dios, se ve envuelto en tinieblas y no tiene fuerzas suficientes para hacer actos de Amor a Dios y al prójimo que sean válidos para el cielo, mientras las manchas de la gruta son símbolo del pecado, producto de las pasiones desenfrenadas. A su vez, la Virgen, en su obra de limpiar la gruta, es símbolo de su obrar materno para con nosotros, concediéndonos las gracias que Jesús dispone para nuestra salvación, limpiando el alma y el corazón de afectos desordenados y de pasiones sin control. Niño Dios, haz que nuestros corazones reciban la visita de tu Madre, para que en esta Navidad luzcan pobres y humildes, sí, pero embellecidos con la belleza sobrenatural de la gracia santificante que de Ti procede; así nacerás en nosotros y nos concederás todos los regalos que nos tienes preparados con tu Nacimiento: tu Luz, tu Amor, tu Perdón, tu Gracia y tu Alegría. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, cuando Tú decidiste, junto al Padre y al Espíritu Santo, en la eternidad de eternidades, decretar la salvación del hombre, decidiste al mismo tiempo que vendrías a nuestra tierra a encarnarte en el seno virgen de una Madre amantísima, y para eso creaste a tu Madre, la Virgen María, Inmaculada y Llena de gracia. No podías venir a un tabernáculo que estuviera contaminado no solo con la mancha del pecado original, con amores profanos y con concupiscencias y soberbias de vida, sino ni siquiera que fuera ligeramente, mínimamente, casi imperceptiblemente imperfecto, y para eso creaste a tu Madre, la Virgen María, Inmaculada, Purísima, Perfectísima, la Flor de los cielos que enamoró a la Santísima Trinidad por su Pureza desde el instante mismo de su creación y Concepción sin mancha. Tú querías, para encarnarte y pasar los nueve meses que dura una gestación en el hombre, un lugar que no te hiciera extrañar las maravillas, dulzuras, encantos que experimentabas en el seno eterno de tu Padre desde siempre, desde que fuiste engendrado en la eternidad, y para eso creaste a la Virgen María, cuyo seno virginal y purísimo te albergó y custodió, te nutrió y te revistió de su carne y de su sangre con amor materno inefable para que Tú, Dios Invisible, te hicieras visible y tuvieras un Cuerpo para ofrecer al Padre en el Santo Sacrificio de la Cruz,; Tú querías una cuna de Amor, del mismo Amor con el que el Padre te amó desde la eternidad, el Espíritu Santo, y para eso creaste a la Virgen, cuyo Corazón Inmaculado te amó con el mismo Amor del Padre, el Amor Divino, y así fue que no sentiste la diferencia entre el Amor de Dios Padre en la eternidad y el Amor de la Virgen Madre en el tiempo; Tú querías un sagrario en donde tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad fueran adorados, ensalzados, glorificados, alabados, desde el instante primerísimo de la creación de tu naturaleza humana e inmediata unión hipostática con tu Persona Divina, la Persona del Hijo, y para eso creaste a la Santísima Virgen María, Tabernáculo, Sagrario, Custodia, Altar, en donde Tú, Dios de la Eucaristía, serías adorado, alabado y glorificado con una intensidad de Amor que supera infinitamente a la de los ángeles y santos más fervorosos. Por eso, Jesús, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que en esta Navidad blasfeman contra la Inmaculada Concepción, contra su Virginidad, contra su Maternidad Divina, además de infundir en los corazones de los niños la indiferencia y el desprecio de muchas maneras, pero sobre todo difundiendo películas y series que ofenden y ultrajan a la Madre de Dios. Amén.  

         Meditación final

         Niño Dios, Tú eres y existes antes de todos los tiempos, y vienes en la Navidad a nuestro mundo para salvarnos y lo haces como un Niño recién nacido, débil e indefenso, necesitado de todo, para que nadie tenga temor de acercarse a Ti. Así como nadie teme a un niño recién nacido, así tampoco nadie debería tener temor de acercarte a Ti, para recibir tu gracia y tu perdón. Sin embargo, Jesús, muchos en la Navidad huyen de Ti, como si fueras un malhechor y en vez de acercarse a tu Pesebre y a la Eucaristía, en donde continúas tu Encarnación, para postrarse en adoración ante tu Presencia, corren en cambio a alojarse en los siniestros albergues del mundo, en donde Tú no estás y en donde se postran ante los dioses neo-paganos, para recibir a cambio la esclavitud del pecado. Jesús, te pedimos perdón y reparamos por estos hermanos nuestros que así obran en esta Navidad, y te suplicamos, por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, que alumbres sus corazones con la luz de la gracia, para que dejando las tinieblas mundanas, adoren tu Divinidad escondida en el Cuerpo de un Niño, el Niño de Belén, y así se alegren sus corazones por tu infinito Amor. Amén.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén

Canto final: “El tamborilero”.


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