viernes, 25 de julio de 2014

Hora Santa en honor al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía



       
Inicio: ingresamos en el oratorio; hacemos genuflexión delante de Jesús Sacramentado, como signo exterior de adoración, acompañando con el cuerpo la adoración interior del alma y del corazón a Nuestro Dios Jesucristo, que está Presente real, verdadera y substancialmente, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía. Pedimos a María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, Madre y Maestra de los Adoradores, que permita que nuestros sentidos externos e internos se concentren en la oración, de manera tal que esta se eleve hasta el trono de la majestad de su Hijo Jesucristo, llevada por Ella. También pedimos la ayuda de nuestros ángeles custodios, para que esta Hora Santa, dedicada en honor a Jesús, el Cordero de Dios, se para mayor gloria de Dios y salvación de las almas.

Canto inicial: “Sagrado Corazón Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Meditación
Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Cordero de Dios, anunciado por Juan el Bautista ya desde antes de nacer, cuando saltó de alegría en el seno de su madre, Santa Isabel, al saber de tu presencia en la Visitación de María Santísima (cfr. Lc 1, 39-45): Juan el Bautista se alegró por tu presencia aun sin verte, porque sabía, iluminado por el Espíritu Santo, que Tú serías el Salvador de la humanidad, porque Tú eres el Cordero que habrías de ser inmolado en el ara santa de la cruz, para expiar por nuestros pecados, lavando con tu Sangre inocente la malicia de nuestros corazones para que así, libres de nuestras iniquidades y regenerados por la gracia santificante, fuéramos capaces de ingresar al Reino eterno de los cielos; Jesús, Tú eres el Cordero que, procediendo eternamente del seno del Padre, te encarnaste por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, para ofrendar tu Carne purísima, sin mancha, en el ara de la cruz, para quitar los pecados del mundo, los pecados de todos y cada uno de los hombres, para que todo aquel que te reconozca se vea libre de toda malicia, sea colmado de toda gracia y bendición y sea conducido a la morada santa, a la Casa del Padre, cuya entrada, oh Jesús, nos granjeaste, al precio altísimo de tus penas inenarrables, de tus dolores infinitos y de muerte atroz y dolorosísima en la cruz. Jesús, Tú eres el Dios Invisible, el Dios Tres veces Santo, ante quien se postran en adoración los ángeles y santos en el cielo y en obediencia a los designios del Eterno Padre, fuiste traído a esta tierra, a este valle de oscuridad y malicia por el Amor Divino, para encarnarte en el seno de la Virgen Madre y así adquirir un Cuerpo, tu Cuerpo Sacrosanto, el Cuerpo Inmaculado del Cordero de Dios, para ofrecerlo al Padre como ofrenda agradabilísima de suave aroma, Cuerpo que habrías de inmolarlo en sacrificio en el ara santa de la cruz para salvarnos de la eterna condenación; Cuerpo que habrías de entregar de una vez y para siempre en la cruz en santo sacrificio, y cuya entrega sacrificial habrías de renovar cada vez, de modo incruento, en el altar eucarístico para nuestra salvación, para nuestro deleite y para concedernos el cielo por anticipado, aquí en la tierra. 
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna e indefectible de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.


Adoración Eucarística en honor al Cordero de Dios, 
Jesús Eucaristía

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), a quien adoran los ángeles y los santos en el cielo, postrándose en adoración perpetua, extasiándose ante la hermosura y majestad inefables de tu Ser trinitario. Por un milagro de tu Amor, de tu Sabiduría y de tu Omnipotencia trinitaria, también nosotros nos unimos a esa adoración que te tributan los ángeles y los santos, porque ese mismo Cordero a quien ellos adoran con estupor sagrado, contemplándolo cara a cara, lo adoramos nosotros, oh Jesús, porque eres Tú mismo, solo que oculto bajo las especies sacramentales, en la Eucaristía. Es por ello que, para nosotros, estar delante de la Eucaristía, es estar delante de algo más grande que los cielos mismos, porque es estar delante del Cordero de Dios “como degollado”, a quien adoran los ángeles y santos bienaventurados y es así como, movidos por tu gracia, nos postramos en adoración ante tu Presencia sacramental eucarística y te tributamos nuestra humilde adoración, que brota desde lo más profundo de nuestro ser y junto con los ángeles y los santos te decimos, oh Jesús Eucaristía, con nuestros corazones exultantes de amor y de agradecimiento, oh Dios Tres veces Santo, contemplándote en el misterio eucarístico: “Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo, llenos están el cielo y la tierra de su gloria” (Is 6, 3). 
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios prefigurado en la cena pascual judía, cena que era una figura de la verdadera cena, la Santa Misa. En la cena pascual celebrada por el Pueblo Elegido, se sacrificaba un cordero, y con su sangre se marcaban el dintel y las jambas de las puertas, para que el ángel exterminador pasara de largo y no hiciera nada a sus moradores, reconociendo en la sangre del cordero la señal de pertenencia al Pueblo de Dios; además, los integrantes del Pueblo Elegido comían la Cena Pascual de pie y esta cena consistía en un cordero asado, acompañado con pan ázimo, verduras amargas y vino, y así celebraban la Pascua, el paso, la liberación de la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida, todo lo cual era una prefiguración del banquete escatológico, la Santa Misa, en donde el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, celebran el verdadero y definitivo banquete pascual, que consiste en la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; en el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado de Jesús, el Hombre-Dios; en Vino de la Alianza Nueva y Eterna, obtenido en la Vendimia de la Pasión, y todo acompañado con las hierbas amargas de la tribulación, que nunca faltan a los verdaderos hijos de Dios, que acompañan a Jesús, en el camino de la cruz. Los hijos de Dios se alimentan con el Cordero Pascual, el Cuerpo resucitado y glorioso de Jesús, el Hombre-Dios, en el verdadero Banquete Pascual, la Santa Misa, que es al mismo tiempo, la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz, en donde es inmolado el Cordero de Dios, Jesús, el Hijo de Dios, que con su Sangre derramada, limpia y quita para siempre los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.
 A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario, y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios, que renuevas tu sacrificio en la cruz, cada vez, de modo incruento, en el santo sacrificio del altar, en la Santa Misa, y haces en la Santa Misa lo mismo que haces en el sacrificio de la cruz: entregas tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad y por ello la Santa Misa es llamada también “Santo Sacrificio del Altar”, porque en el altar haces lo mismo que haces en el Calvario, solo que de modo incruento, sin derramamiento de sangre. Tanto en el Calvario, como en el Altar Eucarístico, nos donas tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y con ellos entregas tu Amor, para nuestra salvación y para que, viviendo aun en esta vida terrena, poseamos ya por anticipado de aquello de lo que gozaremos por toda la eternidad, por tu misericordia: tu Sagrado Corazón Eucarístico que late, glorioso y resucitado, envuelto en las llamas del Amor divino.
Jesús, Tú subiste a la cruz voluntariamente, en obediencia al Padre, para ser inmolado por nuestros pecados, para salvarnos de la ira de Dios, para concedernos la filiación divina, para donarnos el Espíritu Santo, el Amor de Dios, con la efusión de Sangre que brotó de tus heridas y de tu Sagrado Corazón traspasado por la lanza, para así tributar al Padre el más grande homenaje de adoración que jamás la humanidad podría ofrendar.
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía, eres el Cordero de Dios prefigurado en el sacrificio de Isaac, porque Isaac era el hijo primogénito, inocente, que habría de ser sacrificado en obediencia a la voluntad divina, y en esa inocencia y mansedumbre con la cual Isaac obedeció a su padre, estaba prefigurada tu inocencia y tu mansedumbre, oh Jesucristo, Cordero de Dios “manso y humilde de corazón”, que al precio altísimo de tu Sangre preciosísima, derramada de forma cruenta y dolorosísima en la cruz, y renovada de modo incruenta y sacramental en el altar eucarístico, nos redimes de nuestros pecados, nos concedes la gracia santificante, nos abres las puertas del cielo, tu Sagrado Corazón traspasado, y nos conduces a las delicias inenarrables del Reino celestial, el seno del Eterno Padre.
Jesús, Tú eres el Cordero de Dios, prefigurado en el sacerdocio de Melquisedec, porque Melquisedec ofrendó pan y vino, las mismas ofrendas bajo las cuales Tú, Cordero de Dios, habrías de hacerte Presente luego de la consagración en la Santa Misa, para donarte todo entero, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y con todo tu Amor Divino, sin reservarte nada para Ti, donándote con todo tu Ser trinitario en las especies eucarísticas, al alma que te recibe con fe, con amor y con piedad.
Jesús, Tú eres el Cordero de Dios, prefigurado en el sacrificio Elías, cuando Elías, desafiando a los sacerdotes de Baal, los derrotó, haciendo caer sobre la ofrenda del altar fuego del cielo, al invocar al Dios verdadero, fuego que consumió la ofrenda, convirtiéndola de carne inerte en humo que subió al cielo, simbolizando su conversión algo inmaterial y celestial, que ascendía al cielo porque era ya posesión de la divinidad. De la misma manera, el pan y el vino, materiales inertes que se colocan sobre el altar eucarístico, al descender sobre ellos el Fuego del Espíritu Santo por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, son convertidos, transubstanciados en tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y así ascienden al cielo, porque ya no son pan y vino, materias inertes, sino que son tu Cuerpo glorificado, resucitado, es decir, eres Tú, resucitado y glorioso, vivo y eternamente glorioso, que te ofreces al Padre como Cordero de Dios, como Víctima agradabilísima de suave perfume, en reparación y en expiación de nuestros pecados, impetrando y pidiendo piedad y misericordia por nosotros, pobres pecadores, y obteniendo para nosotros, para toda la humanidad, dones y gracias celestiales inimaginables.

Silencio para meditar.

Jesús, Tú en la Eucaristía eres el “Varón de los Dolores” profetizado por Isaías, Aquel que fue “triturado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados”; Tú en la Eucaristía, eres Aquel que sufrió dolores, penas y amarguras infinitas por nuestra salvación y fuiste cubierto por tanta cantidad de heridas, que no había parte sana en Ti, y todo lo ofreciste por los hombres ingratos e indiferentes a tu sacrificio de Amor. Permítenos ofrecerte a Ti mismo en la cruz, en la Santa Misa, en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todo su Amor hacia Ti, en reparación por tantos sacrilegios, indiferencias, crueldades y desprecios hacia el don de tu vida sacrificada con dolor infinito por nosotros.
A Ti, Cordero de Dios, que iluminas a la Jerusalén celestial con la luz eterna de tu Ser trinitario y que reinas con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, llenos de admiración y de estupor sagrado, te adoramos, te bendecimos y glorificamos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Silencio para meditar.

Canto final: “Sagrado Corazón Eterna Alianza”.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

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