viernes, 31 de julio de 2015

Hora Santa en reparación por los ultrajes cometidos contra el Inmaculado Corazón de María


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en honor al Inmaculado Corazón de María, y en reparación por los ultrajes y sacrilegios con los cuales María Santísima es ofendida continuamente.

Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

       María, Tú fuiste concebida sin mancha de pecado original y por eso tu Humanidad fue perfectísima desde el primer instante, y ésa es la razón por la cual nunca tuviste ni la más pequeñísima mala intención, o mala inclinación, o mal deseo, porque tu Humanidad, al no tener la mancha del pecado original, era Purísima desde el primer segundo de su creación. Pero además, Tú eres la “Llena de gracia”, lo cual quiere decir que estabas inhabitada por el Espíritu Santo desde tu creación, y es por eso que la zarza ardiente que vio Moisés, no era sino la prefiguración de tu Inmaculado Corazón y de tu Humanidad Santísima, inhabitados por el Fuego del Divino Amor y por lo tanto envueltos en las llamas del Amor de Dios, un Amor que es Fuego y un Fuego que no arde, sino que provoca amor ardiente por Dios. María, Tú fuiste concebida sin el pecado original, para que tu Mente Sapientísima, tu Corazón Inmaculado y tu Cuerpo Purísimo, recibieran al Verbo de Dios, que habría de encarnarse así en tus entrañas purísimas, para que el Verbo no extrañara, en tu seno virginal lleno de Amor Santo, el seno virginal del Padre, en donde moraba desde la eternidad, dando así inicio a su Misterio Pascual de muerte y resurrección, por medio del cual habría de salvarnos del pecado, del demonio y de la muerte, y nos donaría la filiación divina, por la cual somos herederos del Reino de los cielos.

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

María, Tú concebiste en tu seno inmaculado al Verbo de Dios hecho hombre; ante el anuncio del Ángel, diste tu “Sí” a la Voluntad de Dios, sin querer saber otra cosa que esa era la Voluntad de Dios. Pero tu “Sí”, dado al Ángel para que se llevara a cabo la redención, fue en realidad un triple “Sí”: dijiste que “Sí” con tu Mente Sapientísima, libre de todo error, de toda duda y de toda falsedad en la verdad, porque nunca dudaste de las palabras del Ángel y nunca dudaste de que fuera el Verbo de Dios, el Hijo del Padre Eterno, el Dios Invisible e Intangible, que habita en una luz inaccesible, el Dios tres veces Santo, el que fuera a encarnarse en tus entrañas purísimas, y por eso eres nuestro modelo insuperable para recibir a tu Hijo en la Eucaristía, con una mente libre de error, de duda, de herejías, de falsedades, porque el Hijo de Dios al que tú diste tu “Sí” con la inteligencia, para que se encarnara, es el mismo Hijo de Dios que, con su Cuerpo ya glorificado, luego de la Pasión y Resurrección, continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía, de modo que cuando contemplamos la Eucaristía, en el momento antes de comulgar, damos junto contigo nuestro “Sí” a la Verdad de la Eucaristía, la Presencia real del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, que se nos dona para alimentarnos con el Fuego del Divino Amor que consume su Sagrado Corazón Eucarístico.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El segundo “Sí”, Virgen Santísima, fue dado en tu Inmaculado Corazón, Lleno de gracia y lleno del Divino Amor; un Corazón humano, pero ardiente en el Amor Divino, así como la zarza ardía delante de Moisés; un Corazón humano, pero libre no solo de toda malicia, consecuencia del pecado original, sino libre de toda imperfección, de modo que todo lo que amaba este Corazón, lo amaba en Dios, para Dios, por Dios, y nada amaba que no fuera para la mayor gloria de Dios. Tu Corazón fue creado así, envuelto en las llamas del Espíritu Santo, como la zarza ardiente que vio Moisés, prefiguración de tu Corazón, para que el Verbo de Dios no sintiera diferencias en el Amor recibido, al encarnarse, es decir, al trasladarse desde el seno del Eterno Padre, en donde ardía en el Fuego del Espíritu Santo, hasta el seno de la Virgen Madre, tu seno, oh María Santísima, que también ardía en el mismo Fuego del Divino Amor. Al dar tu segundo “Sí”, Virgen Santísima, Tú recibiste al Verbo de Dios con tu Corazón Inmaculado, Purísimo, no solo libre de toda atracción terrena, y no solo libre de toda afección que pudiera en lo más mínimo, apartarte del Divino Amor, sino que tu Corazón estaba todo pleno de Amor a Dios, el Amor más santo y puro que jamás pueda concebirse, que supera al amor de Dios que tienen todos los ángeles y santos juntos, más que el cielo separa la tierra. De esa manera, Tú eres para nosotros, oh Virgen Santísima, el modelo ideal y perfectísimo e insuperable, para recibir al Cuerpo de Jesús Sacramentado, tu Hijo en la Eucaristía, con un corazón puro y santo, libre de amores mundanos y terrenos; imitándote a Ti en tu Inmaculado Corazón, nuestros corazones se verán libres de todo amor impuro, de todo amor desordenando, porque al comulgar querrán fundirse con el Sagrado Corazón de Jesús, así como el tuyo, oh Virgen Santísima, está fundido, desde tu Inmaculada Concepción, con el Amor de tu Hijo.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por último, el tercer “Sí” fue dado en razón de tu Cuerpo Purísimo, porque tu Cuerpo, perfectísimo desde el punto de vista humano, pero sobre todo, templo del Espíritu Santo y morada de la Santísima Trinidad, estaba libre de toda afección desordenada, de toda pasión sin control, de toda concupiscencia, por más mínima e insignificante que fuera, porque tu Cuerpo, oh Virgen Santa y Pura, sólo ansiaba a Dios y todas sus células y sus moléculas, por pequeñas que fueran, anhelaban a Dios; ésa es la razón por la cual tu útero materno estaba listo y dispuesto y preparado con toda su fisiología a punto por la Divina Providencia, para recibir al Verbo de Dios, el Dios Invisible e Intangible, que habitando en “una luz inaccesible”, accedía a encarnarse, a tomar un Cuerpo que en el momento de la Encarnación tenía sólo el tamaño de una célula, un cigoto humano –con los genes correspondientes al varón creados en ese momento, pues la concepción del Verbo fue virginal, sin intervención alguna de varón-, y así, oh Virgen Santa  y Pura, el Verbo de Dios adquiría un Cuerpo, para ser Visible y Tangible, para poder ser visto y oído por los hombres, y venía de su luz inaccesible a la oscuridad de nuestra tierra, para luego, ya de adulto, poder ofrecer su Cuerpo Santísimo en el ara de la cruz, para nuestra salvación y redención. Con tu “Sí” corporal, Tú lo recibiste en tu Cuerpo Purísimo, en tu útero materno, para concebirlo y nutrirlo y darle abrigo y calor durante nueve meses, comportándote así como el diamante, que atrapa a la luz en su interior para recién después emitirla y así fuiste Tú, Virgen Santísima, porque atrapaste y cobijaste dentro de Ti a la Luz Eterna, Dios Hijo, que provenía de la Luz Eterna, Dios Padre; la nutriste y le diste de tu carne y de tu sangre, para tejerle un Cuerpo humano, y luego lo diste a luz, de modo milagroso, para que se donara a sí mismo como Pan de Vida eterna, que concede la vida de Dios Trino a quien lo consume con fe y con amor. De esa manera, oh Virgen Santísima, eres nuestro modelo ideal y perfectísimo, para recibir a Jesús Eucaristía con un cuerpo y alma en gracia, debido a la confesión sacramental; cuando te imitamos en la recepción de la Eucaristía, nuestro cuerpo se convierte, por la gracia, en “templo del Espíritu Santo”, y nuestros corazones en altares en donde se adora a tu Hijo en el Pan Vivo bajado del cielo.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por último, oh Madre de Dios, Tú eres nuestro modelo y ejemplo insuperable para leer la Palabra de Dios con la inteligencia, amarla con el corazón, meditarla con el alma y darla a luz con obras de amor, porque eso es lo que Tú hiciste con la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, Jesucristo, tu Hijo: Tú leíste con tu Mente Sapientísima a la Palabra de Dios que te era anunciada por el Arcángel Gabriel; Tú la amaste a esta Palabra con todas las fibras de tu Corazón Inmaculado; Tú meditaste esta Palabra y la tuviste contigo durante nueve meses; finalmente, Tú diste a luz a la obra de Amor más grandiosa que jamás hayan visto los cielos y la tierra: Tú diste a luz a la Palabra de Dios hecha Carne, tu Hijo Jesús, el Niño Dios, nacido como niño humano sin dejar de ser Dios, que nacía como un niño indefenso y necesitado de todo, con la única intención de darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón. Tú eres nuestro ejemplo para recibir a la Palabra de Dios encarnada en la Eucaristía, con una mente libre de errores, un corazón puro que sólo ame a Jesús Eucaristía y con un cuerpo convertido en "templo del Espíritu Santo" por la gracia, para luego dar a luz al Amor recibido, convertido en obras de misericordia.

Canto final: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.



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