jueves, 11 de agosto de 2016

Hora Santa en reparación por la misa negra satánica programada para el 15 de Agosto de 2016 en Oklahoma, EE.UU.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la misa negra programada para el 15 de Agosto, día de la Asunción de María Santísima en la ciudad de Oklahoma, EE.UU. Nos sumamos al pedido del Arzobispo Mons. Paul Coakley, quien ha pedido reiteradamente que se suspenda dicho acto blasfemo y sacrílego. Acerca de la misa negra, el Arzobispo de Oklahoma ha dicho lo siguiente: “Es un grave sacrilegio y una blasfemia (…) Obviamente horrendo y ofensivo bajo todo punto de vista”. Las informaciones respectivas acerca de este horrible sacrilegio que intenta ser perpetrado por parte de sectas satánicas, se pueden encontrar en las siguientes direcciones electrónicas: http://www.citizengo.org/es/pr/36180-paremos-misma-negra-oklahoma; http://www.hispanidad.com/eeuu-miles-de-apoyos-para-detener-una-misa-negra-en-oklahoma.html

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación. 

La Misa es principalmente un Sacrificio, el mismo, único, idéntico e irrepetible Sacrificio de la Cruz que, ofrecido en el altar bajo las especies del pan y del vino, consagradas por separado por el sacerdote ministerial, expresa la naturaleza eminentemente religiosa de la Iglesia, instituida por Cristo para aplicar a las almas los méritos de su Pasión[1]. Y aunque Jesucristo, el único y verdadero Sacerdote oferente y exclusiva Víctima ofrecida, está actualmente glorioso y resucitado, la Misa no es un ágape celebrado en memoria de la Resurrección. El signo de la liturgia eucarística responde, en su contenido, a la realidad atemporal de una Muerte –la de Cristo en el Calvario, el Viernes Santo- que trasciende todo dato empírico. Es verdad que la Misa es banquete –es el Padre quien sirve para nosotros, sus hijos pródigos, un banquete celestial, esto es, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna-, pero es un banquete en tanto y en cuanto ya sea el ministro como los fieles, se nutren de la Víctima sacrificada, el Cordero de Dios, lo cual supone como realidad principal del misterio eucarístico la inmolación de la Víctima, Cristo Jesús, el Cordero de Dios “como degollado”, y esa es la razón por la cual la Misa es, según la fe, Sacramento del Sacrificio y no de la Resurrección. La liturgia eucarística es una liturgia sacrificial, y por lo mismo, se llama “sacrificio eucarístico”, instituido por el mismo Señor Jesús en la Última Cena[2].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la Santa Misa es Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, el sacerdote principal, independientemente del ministro que celebra el rito y, aun cuando lo celebre todos los días, el sacerdote ministerial multiplica el rito litúrgico –es decir, el sacramento-, pero no el Sacrificio de la Cruz, que permanece siempre único, perfecto, irrepetible. En el altar, dice San Ambrosio, está siempre Cristo que se ofrece en sacrificio, aunque es visible solo a través del ministro –el sacerdote ministerial- que lo representa y que habla en su misma persona, en su nombre. Al comentar las palabras de San Pablo: “Cada vez que comáis de este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él vuelva” (1 Cor 11, 26), los Padres de la Iglesia reconocen, de modo principal y directamente, no la celebración del Cristo resucitado, asunto en la gloria del Padre, sino el Sacrificio del Cristo agonizante, inmerso en la ignominia de la Cruz; reconocen, no un banquete que celebra las relaciones humanas de amor fraterno, sino ante todo un supremo acto de culto en la reparación debida a Dios Uno y Trino, ofendido por los pecados de los hombres. En la Santa Misa, por lo tanto, al ofrecer el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, en acto de adoración y reparación, se cumple la oración del Ángel de Portugal a los Pastorcitos de Fátima: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. Por la Santa Misa Jesús, Sacerdote, Altar y Víctima, se ofrece en la Eucaristía así como se ofrece en el Calvario, para adorar a Dios Trino y para reparar por los “ultrajes, sacrilegios e indiferencias”, con los cuales los hombres ofenden continuamente la infinita majestad divina.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Iglesia, como Esposa Mística del Cordero, está a los pies de la Santa Cruz en el Calvario, adorando a su Esposo y Señor que da la vida y derrama su Sangre por Ella; la misma Iglesia, en la persona de los bautizados, está a los pies del altar eucarístico, adorando a su Señor Jesucristo, que ofrece, como Sumo y Eterno Sacerdote, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, entregados en el Sumo Sacrificio del Altar, sacrificio que toma toda su divina virtud del Santo Sacrificio del Calvario, para la salvación y redención de los hijos de la Iglesia, los bautizados en la Iglesia Católica. Por el ministerio de la Iglesia, por medio del sacerdote ministerial, Cristo Jesús es Sacerdote y Sacrificio bajo las especies del pan y del vino. Jesús instituyó, en la Última Cena, el sacerdocio ministerial y, en la Eucaristía, el rito destinado a re-presentar en el tiempo y en el espacio, en los siglos venideros y hasta el fin de los tiempos, el único y perfecto Sacrificio de la Cruz bajo las especies sacramentales del pan y del vino, transubstanciados en su Cuerpo y en su Sangre, instaurando así el culto de la Alianza Nueva y Eterna.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En la Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, es Jesucristo el Único Sacerdote que se inmola, sin que haya ningún otro sacerdote, ninguna otra víctima ofrecida y ninguna otra acción oblativa. Las únicas diferencias entre el Sacrificio de la Cruz y el del altar consisten en la mediación del ministro visible y en el hecho de que el dramatismo y el aspecto sensible de la inmolación del Calvario está substituido por el símbolo que representa la separación violenta de la Sangre del Cuerpo de la Víctima en la consagración por separado del pan y del vino. En otras palabras, las diferencias entre el Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del Altar consisten en que, en el primero, el Sacerdote Único, Supremo y Eterno, Cristo Jesús, se ofrece como Víctima en el altar de la cruz, sufriendo la efusión de Sangre de su Cuerpo malherido, consumando así su sacrificio y oblación, mientras que en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, el sacerdote ministerial representa, visiblemente, a Jesús Sacerdote, y en vez de percibirse visiblemente la separación del Cuerpo y de la Sangre de Jesús, lo que indica sacrificio, este se significa por la consagración separada del pan y del vino, que serán su Cuerpo y Sangre respectivamente, separados en el altar por la consagración, porque están separados primero en el Calvario por la crucifixión.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del Altar son numéricamente uno, es decir, no son dos sacrificios distintos, sino uno solo y el mismo, y siendo así, el sacrificio del altar no agrega ni sustrae nada al de la cruz, limitándose a aplicar los méritos infinitos del Sacrificio del Calvario para vivos y muertos, revelando así su eficacia infinita. El Sacrificio del Altar obtiene toda su virtud del Sacrificio de la Cruz, y el Sacrificio de la Cruz despliega todo su poder salvífico a través del Sacrificio del Altar. La Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, al actualizar y representar el único y mismo Santo Sacrificio del Calvario, lo que hace es hacer presente el Sacrificio en cruz del Viernes Santo, a todos los hombres de todo tiempo y lugar, además de aplicarse sus méritos salvíficos a los difuntos, las Benditas Almas del Purgatorio. Es por esto que la Misa no es una mera conmemoración del Sacrificio de la Cruz, como si se limitara a una sola rememoración en el orden simbólico y psicológico, pero sin hacer presente, por el misterio de la liturgia, al Sacrificio del Calvario: se trata de una verdadera presencia, por la liturgia eucarística y por la acción del Espíritu Santo, del Sacrificio del Viernes Santo, que proporciona al Sacrificio del Altar toda su virtud divina y todo su poder salvífico y hace posible que sea aplicado a vivos y difuntos. Nada de esto sería posible, si la Santa Misa fuera sólo una conmemoración psicológica, en el orden de la simple memoria humana, pero que no hace presente, como sí lo hace, al Misterio de la Redención sacrificial del Cordero.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Enrico Zoffoli, Questa è la Messa, non altro!, Edizioni Segno, Udine 1994, 39.
[2] Cfr. San Gregorio Niceno, Or. in Christi resurrect., I, PG 46, 611.

No hay comentarios:

Publicar un comentario