jueves, 28 de diciembre de 2017

Hora Santa en reparación por profanación contra la Eucaristía en Madrid España 211217


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la profanación de una capilla de las Hijas de la caridad, en Madrid. La noticia relativa a tan lamentable hecho se encuentra en las siguientes direcciones elecatrónicas:
         Como siempre lo hacemos, pediremos por la conversión de quienes cometieron este sacrilegio, como así también nuestra conversión, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

           "Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
          
          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
          
          Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

Por la Eucaristía viene la verdadera paz al hombre, la paz de Dios, que lo reconcilia, primero con Dios, y luego con sus hermanos. Jesús en la cruz, con su Cuerpo crucificado, “derriba el muro de odio” que separa a los hombres, a la par que, por la efusión de Sangre de su Corazón traspasado, derrama sobre las almas el Amor de Dios, el Divino Amor, que une al hombre con Dios en Cristo y luego, en Cristo, a los hombres entre sí. Siendo la Eucaristía o la Santa Misa la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, entonces es la Eucaristía también quien concede al hombre la paz de Dios, puesto que Dios, que es la Paz en sí misma, se nos dona a sí mismo –“La paz os dejo, mi paz os doy”-, reconciliándonos con Dios al quitarnos el pecado que nos hacía sus enemigos y al concedernos el Divino Amor, con el cual podemos amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos y como Dios quiere que lo hagamos, con un amor de Cruz y con el Espíritu Santo. La paz de Dios le viene al alma, entonces, por una doble vía: por la Cruz, porque con la Sangre derramada en el Calvario, el Cordero quita los pecados del hombre, y por la Eucaristía, porque con la gracia santificante el hombre se convierte en hijo adoptivo de Dios. Al recibir la paz de Dios, desde la Cruz y desde la Eucaristía, “el cristiano que participa de la Eucaristía” se convierte en “promotor de comunión, de paz y de solidaridad”[1] en todos los ámbitos de su vida. Solo así, es decir, solo después de recibir el perdón de sus pecados por la Sangre del Cordero y la plenitud del Amor y de la paz divina contenidas en la Eucaristía, el cristiano –la Iglesia- se convierte en “artesanos de diálogo y comunión”[2]. Solo por la Cruz y la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.
       
       En la Eucaristía, Dios nos manifiesta la forma suprema del amor[3], desde el momento en que Él no tenía ninguna obligación, ni de encarnarse, ni de sufrir su misterio pascual, ni de permanecer en la Eucaristía “todos los días, hasta el fin del mundo”, y si lo hizo y lo hace, es por amor y solo por amor, un amor incomprensible, inagotable, inefable, infinito y eterno. “Dios es Amor” y sólo obra movido por su Amor; aun cuando castiga al pecador, lo hace movido por su Amor, para que el pecador corrija sus pasos y regrese al Camino de la salvación, Cristo Jesús. En la Eucaristía –como así en la Cruz y en todo su misterio pascual-, Dios Padre nos entrega lo que más ama, y es su Hijo Unigénito, que procede de Él desde la eternidad y que con Él y el Espíritu Santo es Dios Tres veces Santo. Al darnos a Jesús en la Cruz y al continuar dándonos a su Hijo en cada Eucaristía, Dios nos da ejemplo de Amor gratuito y desinteresado: da a su Hijo solo para darnos, por Él, su Amor Divino, el Amor que el Padre y el Hijo se espiran mutuamente en la eternidad. La Eucaristía, por lo tanto, es la máxima expresión del obrar divino, radicalmente opuesto al obrar humano, el cual se mueve por interés, por deseos de poder, de dominación sobre sus hermanos. Por medio de la Eucaristía, a través de la cual Dios se dona gratuitamente a sí mismo al hombre pecador, Dios cumple en sí mismo sus propias palabras en el Evangelio: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). El cristiano que no imita y que no participa de este amor eucarístico del Sagrado Corazón, aun cuando parezca humilde a los ojos de los hombres, lo único que hace es encubrir su soberbia con apariencia de humildad. 
    
         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si la humildad no es tal sin la Eucaristía –esto es, sin el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús-, tampoco las obras de misericordia obradas son tales, sino meras excusas para recibir halagos mundanos. Sin el Amor eucarístico de Jesús, la misericordia se convierte en filantropía y deja de ser una obra de caridad meritoria para el Cielo. Es verdad que “por el amor mutuo y por la atención a los necesitados, se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cfr. Jn 13, 35; Mt 25, 31-46), pero también es verdad que Dios no nos reconocerá como discípulos verdaderos de Cristo, si no estamos unidos a Él por la fe, por el amor y por la comunión eucarística, porque es por estos medios que Jesús, infundiéndonos su Espíritu, nos hace ser uno solo con Él, poseyendo en Él un solo Cuerpo y un solo Espíritu.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.
   
         La Eucaristía es el Sacro Convivium, el Banquete escatológico servido por Dios Padre, representado en el padre de la parábola del hijo pródigo: en la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del altar, es Dios Padre quien nos sirve el manjar celestial, el banquete “de manjares substanciosos”, de manjares deliciosos, no conocidos en la tierra, porque el Banquete que nos sirve Dios Padre es la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, acompañada con el Pan de Vida eterna, el Cuerpo de Jesús resucitado y con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el Cáliz de eterna salvación. En este Banquete, Dios Padre no está a la mesa como el Patrón, sino “como el que sirve”, porque es Él, por su iniciativa, que tenemos el Manjar de los ángeles, la Eucaristía, y así Dios Padre nos da ejemplo de cómo los cristianos debemos actuar en el mundo, porque por la Eucaristía, Dios cambia de modo radical “los criterios de dominio que rigen las relaciones humanas”[4], como así también cambia de modo radical “el criterio del servicio” [5]. En efecto, Dios Padre está “como el que sirve” (cfr. Lc 22, 27); los invitados somos nosotros, indigentes de toda bondad y bien espiritual y necesitados de su gracia y misericordia; nos invita a nosotros, que somos pecadores, que hemos asesinado al Hijo de su Amor en la cruz, con nuestros pecados; nos invita de modo gratuito, sin exigirnos otra cosa que la conversión del corazón, que en definitiva es odiar el pecado y amar a Dios Uno y Trino y a su Mesías, Cristo Dios; nos invita y cambia nuestras vestimentas harapientas de hijos de las tinieblas, por las vestiduras inmaculadas de la gracia santificante, el hábito de fiesta con el cual podemos presentarnos sin temor ante el Banquete Eucarístico y en su morada eterna, el Reino de los cielos; nos convida todo lo que Él tiene y ama con locura, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús. En este ejemplo de Dios Padre, tiene el cristiano ejemplo de sobra para actuar para con sus hermanos, sobre todo los más necesitados, que no siempre son los pobres materiales.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

       La Eucaristía es el Sagrado Convite en el cual se consume a Cristo-Dios: “O Sacrum Convivium, in quo Christus sumitur![6]. No nos alcanzará, no solo esta vida, sino las eternidades de eternidades, si las vivimos por la Misericordia Divina, en el Reino de los cielos, para alcanzar a comprender, si quiera mínimamente, la augustísima grandeza y el inimaginable, incomprensible y sublime don que significan el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía, que se nos brinda como alimento celestial en la Santa Misa. De hecho, al asistir a la Santa Misa, o al acudir a realizar la Hora Santa, la Adoración Eucarística[7], es esta una gracia que podemos pedir a la Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía: el poder comprender, al menos mínimamente, la grandeza inconcebible del Amor de Dios, manifestada en el Don permanente del Pan Vivo bajado del cielo, lo cual nos llevará a una cada vez más profunda adoración y a un cada vez más profundo amor al Santísimo Sacramento del Altar. Postrémonos, como el Ángel de Portugal, de rodillas y con la frente en el suelo, ante la Sagrada Eucaristía, ante el Cordero de Dios, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del Altar, y ofrezcámosle, junto con nuestra humilde adoración y todo el amor del que seamos capaces, nuestra acción de gracias y nuestra adoración, por medio del Inmaculado Corazón de María.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

"Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.      




[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane Nobiscum Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al Clero y a los Fieles para el Año de la Eucaristía Octubre 2004 – Octubre 2005, IV, 27.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. Juan Pablo II, Mane Nobiscum, IV, 28.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Juan Pablo II, Mane Nobiscum, IV, 29.
[7] Éste es uno de los deseos expresados por el Santo Padre Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Mane Nobiscum: “(con relación al aumento del culto eucarístico) se podrán hacer muchas iniciativas (…) pero no pido que se hagan cosas extraordinarias, sino que todas las iniciativas se orienten a una mayor interioridad. Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la misa dominical e incrementar la adoración eucarística fuera de la misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo”; n. 29.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Hora Santa en reparación por múltiples ofensas contra el Nacimiento del Señor, Navidad de 2017 141217


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por las múltiples ofensas contra el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, provenientes de todas partes del mundo. Las informaciones relativas a estos ultrajes al Niño Dios, a la Virgen y a San José, se pueden encontrar en los siguientes enlaces:





https://www.aciprensa.com/noticias/obispo-critica-nacimiento-blasfemo-de-dos-san-jose-vestidos-de-rosado-12078;

https://www.actuall.com/laicismo/destruyen-las-imagenes-de-san-jose-jesus-y-la-virgen-en-una-iglesia-de-colombia/ 

         Las meditaciones reparadoras del Santo Rosario estarán constituidas por la transcripción literal de las visiones de santos y místicos acerca del Nacimiento del Redentor.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según María Valtorta[1]: “(…) María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese. Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color dorado, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes. La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo… La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta. El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes. La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de ella emerge la Madre. Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengüita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado”.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Visión de la Natividad del Señor según Ana Catalina Emmerich[2]: “He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María”. “Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces que los ángeles, en forma humana, se hincaban delante del Niño recién nacido para adorarlo. Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo”.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Relato del Nacimiento de Jesús narrado por la Virgen al Padre Gobbi[3]: “Hijos predilectos, vivid Conmigo en el silencio y en la oración la anhelante hora de la vigilia. Caminad con mi castísimo esposo José y con vuestra Madre Celeste por el largo camino, que de Nazareth nos conduce a Belén. Sentid también vosotros la fatiga del viaje, el cansancio que se apodera de nosotros, la confianza que nos guía, la oración que acompaña cada paso, mientras una felicidad sobrehumana llena nuestros corazones, unidos ahora en comunión perfecta con el corazón del Padre Celeste, que está a punto de abrirse al don de su Hijo Unigénito. No nos turba el rumor de la numerosa caravana, ni el desconsuelo se apodera de nosotros al ver que todas las puertas se cierran a nuestra petición de ser acogidos. La mano piadosa de un pastor nos indica una pobre Gruta, que se abre al mayor y divino prodigio. Está a punto de nacer a su vida humana el Hijo Unigénito del Padre. Está a punto de descender sobre el mundo su Amor Misericordioso, hecho hombre en el Hijo que nace de Mí, su Madre Virgen. Después de largos siglos de espera y de orante imploración, finalmente llega a vosotros vuestro Salvador y Redentor. Es la noche santa. Es el alba que surge sobre el nuevo día de vuestra salvación. La Virgen y el Niño 2Es la Luz que resplandece en la tiniebla profunda de toda la historia. Mi esposo José trata de hacer mas hospitalaria la gélida Gruta y se afana para transformar en cuna un pobre pesebre. Yo estoy absorta en una intensa oración y entro en éxtasis con el Padre Celeste, que me envuelve con su luz y con su amor me llena de su plenitud de vida y bienaventuranza, mientras el Paraíso, con todas sus milicias Angélicas, se postra en acto de adoración profunda. Cuando salgo de este éxtasis, me encuentro entre los brazos a mi Divino Niño, milagrosamente nacido de Mí, su Madre Virgen. Lo estrecho a mi Corazón, lo recubro de tiernos besos, lo caliento con mi amor de madre, lo envuelvo en blancos pañales, lo deposito en el pesebre ya preparado. Mi Dios está todo presente en este Mi Niño. La Misericordia del Padre se transparenta en el recién nacido, que emite sus primeros gemidos de llanto. La Divina Misericordia os ha dado su fruto: postrémonos juntos y adoremos al Amor Misericordioso que ha nacido por nosotros. Miremos juntos sus ojos, que se abren para traer sobre el mundo la luz de la Verdad y de Divina Sabiduría. Enjuguemos juntos sus lágrimas, que descienden para compadecerse de todo sufrimiento, para lavar toda mancha de pecado y de mal, para cerrar toda herida, para dar alivio a todos los oprimidos, para hacer descender la esperada rociada sobre el gélido desierto del mundo. Estrechemos juntos sus manos, que se abren para llevar la caricia del Padre sobre las humanas miserias, para dar ayuda a los pobres y a los pequeños, apoyo a los débiles, confianza a los desalentados, perdón a los pecadores, salud a los enfermos, a todos el don de la Redención y de la Salvación. Calentemos juntos sus pies, que seguirán caminos áridos e inseguros, para buscar a los extraviados, encontrar a los perdidos, dar esperanza a los desesperados, para llevar la libertar a los presos y la buena nueva a los pobres. Besemos juntos su pequeño corazón, que apenas ha comenzado a latir de amor por nosotros. Es el corazón mismo de Dios. Es el corazón del Hijo Unigénito del Padre que se hace Hombre para devolver a Dios la humanidad por Él redimida y salvada. Es el corazón que late para renovar el corazón de toda criatura. Es el corazón nuevo del mundo. Es el Amor Misericordioso que desciendo del seno del Padre, para llevar a toda la humanidad la Redención, la Salvación y la Paz. Acogedlo con amor, con alegría y con felicidad inmensa. Y elévese de vuestro corazón el himno de la perenne gratitud por este Niño, que os ha sido dado virginalmente por Mi que, en esta Noche Santa, me convierto para todos en la Madre de la Divina Misericordia”.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Visiones y revelaciones relacionadas con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo según María de Jesús de Ágreda[4]: “Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cuál era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Relato del Nacimiento de Jesús narrado por la Virgen a Gladys Motta[5]: “Hija, hoy te revelaré el nacimiento de mi amado y dulcísimo Hijo. Salió de mi vientre de la misma manera que fue introducido, quiero decir, sin ser tocado. Nació impulsado por el Espíritu del Señor Todopoderoso. No sentí ningún dolor, sólo sentí que mi vientre se abría y se cerraba, mas fue sólo una sensación, porque no me quedó rastro alguno, quedando Yo intacta como antes. Ese fue su maravilloso nacimiento, por la Gracia de Dios Padre”.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Tu scendi dalle stelle”.       




[3] Del libro A los sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen, Dongo, Lago di Como, mensaje del 24 de diciembre de 1995; cfr. http://www.reinadelcielo.org/relato-del-nacimiento-de-jesus-narrado-por-la-virgen-padre-gobbi/
[5] Bajo la advocación de María del Rosario de San Nicolás, mensaje n° 759 del 23/12/85, p. 303 edición 1997 del Movimiento Mariano de San Nicolás; cfr. http://www.reinadelcielo.org/relato-del-nacimiento-por-gladys-quiroga-de-motta/

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Hora Santa en reparación por acto vandálico contra Pesebre en España 141217


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje contra un Pesebre en España. La información relativa al lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:
         Meditaremos sobre la escena del Pesebre y sobre lo que en él contemplamos: la Madre y Virgen, el Portal, las posadas ricas de Belén, el Niño, los ángeles y los pastores.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         Cuando se contempla la escena del Pesebre, se observa a una familia, formada por una madre que, junto a quien es su esposo legal, contempla absorta al Hijo que milagrosamente acaba de nacer. Esa madre no es una madre más entre tantas: es la Virgen María, la Flor de los cielos, la Niña Hermosa ante quien el sol palidece; es la Llena de gracia, inhabitada por el Espíritu Santo, su celestial Esposo; es la Inmaculada Concepción, la Purísima, creada sin la mancha del pecado original porque estaba destinada a ser la Custodia Viviente, más preciosa que el oro, del Hijo de Dios encarnado; es la Madre de Dios, el Dios Único, El que vive por los siglos, por quien se vive y que es la Vida Increada en sí misma; es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua con la omnipotencia divina a Ella participada por Dios; es la Mujer de la Pasión, que al pie de la Cruz, ofrece a su Hijo y a sí misma al Padre por nuestra salvación, convirtiéndose en modelo de la Iglesia que, en el altar de la cruz, ofrece por manos del sacerdote el Cuerpo y la Sangre del Redentor, al Padre, para salvarnos; es la Mujer del Apocalipsis, revestida de sol, es decir, de la gloria de Dios, porque Ella lleva en su seno virginal a Aquel que es el Sol de justicia, Cristo Jesús, y por eso es justo que Ella esté revestida de la gloria de su Hijo, Cristo Dios. La dulcísima Señora que, extasiada, contempla al Niño de Belén, no es simplemente una madre primeriza que ama con locura a su hijo recién nacido: es la Virgen y Madre de Dios, María Santísima.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al llegar a Belén, San José y María Santísima –ya a punto de dar a luz al Redentor- se encuentran con una amarga sorpresa: no hay lugar para ellos en las ricas, luminosas, posadas de Belén. Recorren una por una todas las posadas, pero en todas reciben la misma respuesta: no hay lugar para la Mujer que va a dar a luz al Salvador. Las posadas ricas de Belén están llenas de gentes que cantan, bailan, comen y beben, satisfaciendo egoístamente sus propias pasiones, sin preocuparse por Aquel que proviene del seno del Padre Eterno, oculto en el seno virgen de María. Llenas de luz, al calor de las llamas de las chimeneas que hacen desaparecer el cortante frío de la noche, repletos sus vientres con la comida y la bebida, se sienten satisfechos de sí mismos y demasiado alegres como para pensar en su salvación, que viene como Niño humano en las entrañas purísimas de María. Las posadas ricas de Belén representan, no a las personas ricas materialmente, sino a las almas orgullosas y mundanas que creen no tener necesidad de Dios en sus vidas. Como las posadas de Belén, llenos de luz, los orgullosos también tienen luz, pero la pobre luz de su razón humana, que en el fondo, no es más que densas tinieblas; como las posadas de Belén, llenas de gentes que cantan, bailan, comen y beben, así los orgullosos, sin pensar en la vida eterna, no se preocupan por evitar el Infierno, ni por ganar el Cielo, y es así como viven la vida presente sin pensar en el Juicio Particular y el Juicio Final. Como las posadas de Belén, que rechazaron al Salvador, así también las personas orgullosas y soberbias rechazan al Salvador, porque no ven la necesidad de ser salvados del Demonio, del Pecado y de la Muerte. Y así perecen en su orgullo y en su soberbia.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Virgen, con el Niño Dios en su seno y ya a término –el Niño está impaciente por nacer, para continuar el plan de salvación de Dios Padre iniciado en la Encarnación-, se dirige, junto con el casto, puro y abnegado José, a las afueras de Belén; deben encontrar pronto un lugar, para Dios que nace como Niño, y lo que encuentran es el Portal de Belén, un oscuro, frío y poco higiénico refugio de animales. Mientras San José busca leña para encender un fuego, la Santísima Virgen, con su Niño en su seno purísimo, se pone en la tarea de convertirlo en un lugar más digno de lo que es, para que así su Hijo venga a este mundo en un lugar pobre, pero limpio. El buey y el asno, ceden sus lugares, al tiempo que aportan el calor de sus cuerpos animales, para que el Niño, que desciende de algo más hermoso que el cielo cubierto de estrellas, el seno eterno del Padre, no sufra tanto el frío de la noche. El Portal representa al corazón del hombre sin Dios pero que, en su pobreza espiritual, se abre a la gracia que lo conducirá finalmente a creer: como el Portal antes del Nacimiento, el corazón del hombre es oscuro, porque no tiene la luz de la gracia; es frío, porque no tiene el Amor de Dios, y está dominado por las pasiones irracionales, representadas en el asno y el buey, porque no tiene la gracia que, iluminando la razón y la voluntad, le permita controlarlas. Pero el Portal representa al hombre que, en su pobreza espiritual, abre su corazón a la gracia, esto es, posee devoción y amor a la Santísima Virgen, Mediadora de toda gracia y Puerta celestial a través de la cual llega al corazón el Hijo de Dios hecho Niño.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Niño que, luego del nacimiento milagroso, está recostado en un pesebre y es contemplado con éxtasis de gozo y amor por la Virgen y San José, no es un niño más entre tantos; no es ni siquiera un niño santo, ni el más santo de todos los niños santos: el Niño de Belén es la Santidad Increada porque es Dios, en la Persona del Verbo, la Segunda Persona de la Trinidad que, habiéndose encarnado en María por obra del Espíritu Santo, ahora nace también, milagrosamente, por obra del Espíritu Santo, y reposa con su Cuerpo pequeño, aterido de frío, en el Portal. El Niño de Belén es Dios Hijo encarnado; es el Rey de reyes y Señor de señores; es el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin; es el Creador del Universo visible e invisible; es el Rey de ángeles y hombres; es el Cordero de Dios, que adquiere un Cuerpo para ser inmolado en la Cruz, cuando sea adulto, aunque ya desde la Encarnación comienza a sufrir, místicamente, los dolores de la Pasión; es Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, que viene a nuestro mundo para darnos su gracia y convertirnos a los hombres, por la gracia, en Dios por participación; es Dios de Dios, Luz de Luz, que ilumina las tinieblas de la humanidad y las hace desaparecer: con la luz divina que emana de su Ser trinitario, Dios Niño vence a las “tinieblas de muerte” que rodean a todo ser humano que nace en este mundo, las tinieblas del pecado, de la muerte y las tinieblas vivientes, los ángeles caídos. El Niño de Belén es Dios, el Niño Dios, que ha venido a salvarnos, a convertirnos en hijos de Dios adoptivos y a conducirnos al Reino de los cielos.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Luego del Nacimiento milagroso –el Niño atravesó el seno de María como un rayo de luz atraviesa un cristal, dejando intacta su virginidad antes, durante y después del parto-, los ángeles de luz, rodean al Niño, que es su Rey y cantan la gloria de Dios que del Niño brota. Por orden divina, los ángeles comunican a los pastores que ha nacido el Redentor y la señal que les dirá que es verdad lo que les anuncian, es el encontrar a un Niño recostado en un pesebre. Los pastores, hombres de humilde condición y trabajadores, representan a los hombres de buena voluntad de todo el mundo, de todas las épocas de la humanidad que, iluminados por la gracia, reconocen la divinidad del Niño de Belén y se postran ante Él en adoración, al igual que los Reyes Magos. Junto con estos, representan también a los cristianos que, a lo largo de la historia, reconociendo por la fe a ese Niño, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía, se postrarán ante el Santísimo Sacramento del altar, para ofrecerle el homenaje de la contrición del corazón y el amor hacia la Eucaristía.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Adeste fideles”.