martes, 17 de enero de 2017

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en honor y desagravio a María Santísima


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María y en desagravio por el ultraje cometido contra una imagen suya (Nuestra Señora de Aparecida) el 11 de enero de 2017. La información pertinente se puede encontrar en el siguiente enlace: https://www.aciprensa.com/noticias/asi-responde-sacerdote-catolico-a-pastora-evangelica-que-rompio-imagen-de-la-virgen-67858/

Oración inicial: "Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman" (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".

Canto inicial: "Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Bendita seas, María Santísima, Madre de los Dolores, porque desde el momento mismo de la Anunciación y Encarnación, diste tu “Sí” a la obra de la redención decretada por el Eterno Padre para nuestra salvación. Desde el primer instante de la Encarnación del Verbo fuiste asociada a su misterio pascual de Muerte y Resurrección, convirtiéndote en Corredentora, al ser hecha partícipe de sus dolores, sus penas, sus angustias y su sacrificio en Cruz. Porque eres la creatura más excelsa que jamás la Trinidad haya creado, ni habrá otra igual a ti, pues en ti se cumple, oh María Santísima, el doble misterio y privilegio de ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo, y por ser Nuestra Madre amantísima, te veneramos, te alabamos, te ensalzamos por encima de todos los ángeles y santos juntos, y te suplicamos nos cubras con tu manto, nos sostengas entre tus brazos y nos refugies en tu Inmaculado Corazón, para ser presentados por ti ante tu Hijo Jesús, en el trono de su divina majestad en el cielo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. En el momento de la Presentación, cuando llevaste a tu Hijo recién nacido al Templo, el anciano Simeón profetizó que “una espada de dolor” habría de atravesar tu Inmaculado Corazón (cfr. Lc 2, 34-35), una espada de dolor que habría de acompañarte toda tu vida, porque sabías que tu Hijo era el Mesías, que habría de entregarse para la salvación de la humanidad. Esa espada de dolor llegó a su culmen al pie de la Cruz, cuando acompañabas al Cordero que, por nosotros, se inmolaba al Padre, y mientras tú participabas de Su dolor redentor y endulzabas su agonía con tu presencia maternal, lo ofrecías al Padre, sin queja alguna y con todo el Amor Santo de tu Purísimo Corazón, como oblación perfectísima, prefigurando así la oblación que la Iglesia habría de continuar en el tiempo y en el espacio por medio de la Santa Misa, actualización incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz. La espada de dolor profetizada por el anciano Simeón, que te acompañó durante toda tu vida, llegó al culmen de su dolor en el momento de la muerte de Jesús, y aunque la fría lanza de hierro solo atravesó su Sagrado Corazón –materialización de nuestros pecados-, y no el tuyo, tú experimentaste en ese momento un dolor tan vivo, como si fuera tu Inmaculado Corazón el que era atravesado, siendo el dolor tan intenso que te habría arrancado la vida, si el Amor de Dios no te sostenía en ese amarguísimo momento, convirtiéndote así, oh María Santísima, en Madre de los Dolores, al verte inundada por los mismos dolores que atenazaban el Corazón de tu Hijo, los dolores causados por la malicia de nuestros corazones.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Por ti, oh María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, vino al mundo Dios Hijo encarnado, naciendo milagrosamente en Belén, Casa de Pan, para donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna. Por ti, María Santísima, Portal de la Luz eterna, vino a nuestro mundo, sumergido en “tinieblas y sombras de muerte” -las tinieblas vivientes, los demonios, y las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y de la muerte-, la Luz Eterna, la Luz Increada, Cristo Jesús, brotando de tu seno virginal. El Verbo de Dios hecho carne nació de ti de la misma manera a como la luz del sol atraviesa el cristal y lo deja físicamente intacto, porque así también nació milagrosamente de ti, permaneciendo tú, María Santísima, Virgen y Pura antes, durante y después del Nacimiento. Y tu Hijo, Luz de Luz Eterna, vino para iluminar nuestras tinieblas, y puesto que Él es la Luz Increada que es al mismo tiempo la Vida eterna, al iluminarnos con la luz de su gloria, que brota de su Ser divino trinitario, derrotó para siempre las tinieblas que nos esclavizaban, pero también nos concedió la participación en su vida misma, la Vida divina que brota de su Ser divino trinitario. Y esta gracia de ser iluminados y vivificados por Jesús, se repite en cada adoración eucarística, puesto que en la Eucaristía está Presente, real, verdadera y substancialmente Aquel que, naciendo de ti en el tiempo, es la luz eterna que ilumina a la Jerusalén celestial, Cristo Jesús, el Cordero de Dios, la Lámpara de la Ciudad Santa del Reino de Dios. Gracias a ti, oh Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía, tenemos la posibilidad de adorar a tu Hijo en la Eucaristía y de amarlo con toda la fuerza de nuestros pobres corazones, como anticipo del amor y la adoración que, por la gracia de Dios y su Misericordia, esperamos tributarle por toda la eternidad.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Así como estuviste en el Altar del Calvario, la Santa Cruz, en el Viernes Santo, así también te encuentras, oh Madre de los Dolores, en el Altar del Sacrificio Eucarístico, la Santa Misa, y así como en el Gólgota ofreciste a tu Hijo -su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad- al Padre, por nuestra salvación, y con tu Hijo te ofreciste a ti misma, en supremo acto de amor y obediencia a la Trinidad, así también, en cada Santa Misa, ofreces el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, a la Trinidad, en propiciación por nuestros pecados y por nuestra salvación. Por esto, tú eres, Madre Santísima, nuestra Corredentora, porque ofreciste en la Cruz y continúas ofreciéndolo en cada Santa Misa, a tu Hijo, y al ofrecerlo, te ofreces a ti misma, porque tu Hijo es tu vida y la razón de tu ser y de tu existir. Por esta razón nosotros, tus pobres hijos pecadores, gimiendo bajo el peso de nuestros pecados y viviendo en el destierro en este “valle de lágrimas”, que es la vida terrena, confiamos en ti y nos consagramos a tu Inmaculado Corazón, para que nos consueles con tu amor maternal y nos sostengas en las tribulaciones y dificultades de la vida, así como consolaste a Jesús con el amor de tu Inmaculado Corazón, en el Camino de la Cruz y en el Calvario. No nos abandones, amadísima Madre Nuestra del cielo, María Santísima; compadécete de nuestra miseria; refúgianos en tu Inmaculado Corazón y sé nuestro consuelo en lo que resta de nuestra vida  terrena, para que así seamos capaces de gozar de la visión beatífica de la Trinidad y el Cordero en el Reino de los cielos, en la vida eterna.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Te bendecimos, te veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Oh Santa Madre de Dios, tú eres Nuestra Madre celestial, Nuestra Dueña y Patrona de nuestras almas; somos de tu propiedad y tú tienes toda autoridad sobre nuestras vidas; eres la amorosísima Madre de Dios y nadie está más cerca que tú de Jesús, Nuestro Dios y Señor, y a nadie escucha Él con más amor y atención que a ti, y a nadie le concede lo que a ti te concede. Por ser tú la Omnipotencia Suplicante, aplacas la Justicia Divina y obtienes piedad y perdón para nosotros, pobres pecadores, y para toda alma pecadora que a ti acuda con fe, con amor y con el corazón contrito y humillado, y esto porque tú, María Santísima y siempre Virgen, eres la Madre de Misericordia, ya que de ti nació la Divina Misericordia encarnada, Cristo Jesús. En ti, oh Madre amantísima, no hay sino bondad y amor, compasión y misericordia, principalmente para los miserables pecadores que somos nosotros, tus hijos. Tú eres nuestro modelo y ejemplo a seguir e imitar y lo primero que quieres que imitemos de ti es tu amor inefable por tu Hijo Jesús, a quien llevas en tus brazos siendo Niño y a quien nos lo ofreces, por manos del sacerdote ministerial, en la Eucaristía, como Pan de Vida eterna que nutre nuestras míseras almas con la substancia y el Amor divinos. A ti acudimos, oh Madre Nuestra Santísima, como niños pequeños necesitados de su madre, para que nos conduzcas a tu Hijo Jesús. Tú, oh Reina de cielos y tierra, eres nuestro consuelo celestial cuando nos agobian las tribulaciones del espíritu y los dolores del cuerpo; tú eres nuestro puerto y refugio seguro cuando nos parece naufragar en el turbulento mar de la existencia y de la historia humana; tú eres, oh Madre amorosísima, la Estrella brillante de la aurora que nos anuncia el fin de la noche del pecado y la llegada del día de la salvación, la llegada a nuestras almas y al mundo del Sol de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios y su gracia santificante; tú escuchas nuestros llantos y gemidos y estás pronta a socorrernos, cada vez que elevamos la mirada del alma a tu Inmaculado Corazón y es por eso que acudimos a ti con fe y con amor, para que viviendo tú en nosotros y nosotros en tu Corazón Purísimo, sepamos ofrecer los sufrimientos y dolores de la vida en unión con la Cruz de Jesús. Concédenos la gracia, oh María Santísima, de imitar y de participar de tu humildad, tu obediencia, tu espíritu de sacrificio y tu absoluta dependencia a la Voluntad Divina, para que así, conducidos por ti -como un niño pequeño es conducido por su madre-, seamos capaces de alcanzar las más altas cumbre de la santidad, ocultos al mundo y refugiados en tu Inmaculado Corazón, bajo la amorosa mirada de Dios, Nuestro Padre. Llévanos siempre en tu Inmaculado Corazón, oh María Santísima, para que cuando cerremos los ojos a la luz material de este mundo, los abramos a la claridad de la luz eterna. Llévanos en tu Inmaculado Corazón, oh Santa Madre de Dios, para que nuestra alma esté preparada y purificada para cuando llegue el encuentro definitivo con tu Hijo Jesucristo, Nuestro Dios y Señor.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

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