viernes, 31 de marzo de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a la Virgen y Madre de Dios en marcha feminista


Inicio: en ocasión de la celebración del denominado “Día Internacional de la mujer”, celebración de cuño neo-marxista que se propone “desconstruir” la realidad cristiana para “construir” una anti-realidad atea y marxista, el feminismo radicalizado aprovechó la ocasión para ofender, más que a los cristianos, a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Evitamos las  imágenes y también la descripción del evento por pudor; para quien desee profundizar en los detalles más aberrantes del ya aberrante hecho, pueden consultar la siguiente dirección electrónica:
Como siempre lo hacemos, ofrecemos la Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado pidiendo por la conversión nuestra, la de nuestros seres queridos, la de quienes idearon y llevaron a cabo esta horrorosa blasfemia contra María Santísima, y también pedimos por la conversión del mundo entero. Las meditaciones del Santo Rosario están dedicadas a la Encarnación del Verbo y a su Madre, María Santísima, e inspiradas en un escrito de San Atanasio.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Dice San Atanasio que “el Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre”[1]. El Verbo, que en cuanto Dios era Espíritu Purísimo y era la Vida Increada en sí misma, vino a nosotros movido solo por el infinito Amor Misericordioso de su Corazón de Dios, para hacerse visible y para tener un Cuerpo para ofrecer en el Santo Sacrificio de la Cruz y así rescatarnos, lavando nuestros pecados con su Sangre Preciosísima, concediéndonos la gracia de la divina filiación y conduciéndonos al Reino de su Padre en los cielos. El Verbo de Dios se encarnó por pura piedad y amor misericordioso para con nuestra condición de “nada más pecado”, sometidos al dominio de la muerte, del demonio y del pecado, y puesto que el Amor que ardía en su Corazón no soportaba nuestra esclavitud, tomó un Cuerpo como el nuestro en el seno virgen de María Santísima, que así se convirtió en Tabernáculo Viviente del Altísimo, desde el momento en que comenzó a albergar en Ella el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Al recubrirlo con su carne y sangre, la Madre de Dios le tejió un Cuerpo al Verbo de Dios, Cuerpo que por eso miso se volvió Templo del Dios Altísimo; Cuerpo que habría de nacer en Belén, Casa de Pan, para donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna; Cuerpo que habría de inmolarse en la Cruz del Calvario, para derramar su Sangre salvífica sobre nuestras almas y así limpiarlas del pecado; Cuerpo que prolongaría su Encarnación y perpetuaría su inmolación en la Cruz por medio del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, para nutrirnos con la substancia divina al donársenos como Pan Vivo bajado del cielo. ¡Madre de Dios, que siempre ardamos en deseo de consumir el Cuerpo sacramentado del Señor Jesús, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al tomar un Cuerpo como el nuestro, dice San Atanasio, éste serviría como su propio instrumento, con el cual habría de “darse a conocer y habitar”, y luego, al morir en la Cruz con este Cuerpo, habría de dar muerte a nuestra muerte con la muerte de su Cuerpo, y como Él era la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Tres veces Santo y Dios Viviente por los siglos, Causa Primera de toda vida creada, en el mismo instante en que su Cuerpo murió, dio una estocada mortal a la muerte con la Vida que era Él mismo, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad. Y así, el Verbo destruyó nuestra muerte, derrotó al demonio y venció al pecado, al entregar al Padre, con el mismo Amor con el que se encarnó -el Amor de Dios, el Espíritu Santo-, su Cuerpo sacrificado en la Cruz. Y para que todos los hombres seamos capaces de acceder a los frutos de la Redención, asistiendo al Santo Sacrificio de la Cruz, renovado sacramental e incruentamente en el Altar Eucarístico, continúa entregando este Cuerpo vivo, glorioso y resucitado cada vez en la Santa Misa, alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre presentes en la Eucaristía. Con su muerte en cruz, el Verbo de Dios, Fuego de Amor Eterno, consumió nuestra muerte, así como el fuego consume el pasto seco y, destruyendo nuestra muerte, nos dio su Vida divina, así como el fuego enciende un leño y lo convierte en brasa ardiente, haciéndolo ser él mismo, fuego encendido en la brasa, y es por eso que, obteniendo la vida divina, nuestros cuerpos humanos resplandecen con la luz de la gloria en la resurrección y arden encendidos en el Fuego del Divino Amor.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Porque la Virgen es Inmaculada y Purísima y Llena de gracia y del Amor de Dios, el Hijo de Dios, al encarnarse en su seno purísimo, encontró la misma Pureza y el mismo Amor en el que vivía en el seno del Padre. Al encarnarse, el Verbo de Dios asumió un cuerpo mortal para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo -porque es Dios y está junto a Dios y es la Luz del mundo que ilumina a todo hombre-, al ofrecer su Cuerpo santísimo en la cruz como Víctima Santa y Pura, pagara por todos los hombres la deuda contraída con el pecado de los primeros padres. Al habitar en este Cuerpo sacratísimo el Verbo de Dios, engendrado en el seno purísimo de María Virgen, aunque verdaderamente murió en la cruz, separándose verdaderamente su Alma bendita de su cuerpo, éste no sufrió la corrupción de la muerte, porque la divinidad de la Persona Segunda de la Trinidad permaneció unida a este Cuerpo, como así también al Alma, de manera tal que, el Domingo de Resurrección, el Cuerpo que había muerto el Viernes Santo separándose de su Alma Santísima, se uniera nuevamente a su Alma Bendita, resplandeciendo ambos con la divina gloria y, llenos de la Vida eterna de Dios, no volver a separarse ya nunca jamás. Y este admirable Cuerpo, que fue engendrado en el seno purísimo de la Madre de Dios, es el mismo Cuerpo glorificado que, unido a su Alma glorificada y a la divinidad de la Persona del Hijo de Dios, comunica la gracia santificante y hace partícipes de la vida divina a todo aquel que a este Cuerpo se une por la Santísima Eucaristía, en la comunión. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que yo desee siempre recibir la vida divina que nos comunica el Cuerpo sacramentado del Señor, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

Cuando el Verbo Eterno del Padre se encarnó en el seno virgen de María, tomó un cuerpo, que fue nutrido con la substancia materna de María Santísima, y esto lo hizo el Verbo de Dios para que, siendo Él el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, cuando entregara este Cuerpo Sacratísimo en el altar de la cruz para que recibiera la muerte, al contener la Vida Increada de la Persona de Dios Hijo, diera muerte a la muerte y diera muerte al Dragón, sucediendo lo mismo que sucede cuando un pez muerde el anzuelo y recibe la muerte al ser arrastrado fuera de su elemento vital: así el Dragón infernal, al morder el anzuelo del Cuerpo Sacratísimo del Redentor, pleno de la Vida divina, recibió la muerte de la que ya era portador desde su rebelión en los cielos, quedando vencido para siempre. El Verbo de Dios, que entregó el Cuerpo que la Madre de Dios alimentó en su seno, como una Hostia Santa, Pura, Inmaculada por estar libre de toda mancha y por ser Él la santidad y la vida en sí misma, al ser Él Dios Tres veces Santo, destruyó la muerte de los hombres y dio muerte al Dragón infernal, el cual fue hundido en lo más profundo del Infierno bajo el peso de la Cruz en el Calvario. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones se inflamen en el Amor de Dios, al recibir la Eucaristía, el Cuerpo del Señor Jesús resucitado!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Siendo el Verbo del Palabra consubstancial al Padre, es decir, Dios como el Padre Eterno, es superior a toda creatura, pues Él es, junto al Padre y al Espíritu Santo, el Único Dios Creador, de cuyo Acto de Ser participan todos los seres creados, y sin cuya asistencia dichos seres creados dejarían de ser y de existir. Todo fue creado por el Verbo, en Él y por Él, y todo fue creado por Él y por el Padre y el Espíritu Santo, incluidos los ángeles del cielo y aquellos ángeles que, creados buenos, se hicieron malos y perversos por propia voluntad. Y este Verbo de Dios, igual en naturaleza divina, en substancia divina, en majestad y honor al Padre y al Espíritu Santo; este Verbo de Dios al cual los ángeles del cielo se postran en adoración y entonan cánticos de alabanza y adoración diciendo: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos”, este mismo Dios, Espíritu Purísimo, que habita en una luz inaccesible, tomó Cuerpo humano en el seno virgen de la Madre de Dios para ofrecerlo en sacrificio, como templo en donde inhabita la divinidad y como instrumento de la divinidad para dar muerte al Pecado, al Demonio y a la Muerte, los tres enemigos mortales del hombre. Y así, con la muerte de su Cuerpo mortal, en el que inhabitaba la divinidad, el Verbo de Dios pagó con su muerte en cruz la deuda que todos los hombres habíamos contraído en los Primeros Padres; destruyó la muerte y nos dio su vida divina, y aplastó la cabeza del Dragón infernal con el leño de la Santa Cruz, el Madero Santo empapado en su Preciosísima Sangre. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que aumente en mi corazón el deseo de comulgar el Cuerpo glorioso y resucitado de Nuestro Señor, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.







[1] Cfr. San Atanasio, Sermón sobre la Encarnación del Verbo, 8-9.

domingo, 19 de marzo de 2017

Hora Santa en desagravio por ultraje a la Encarnación del Verbo en Tucumán el 080317


          Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la blasfema parodia de un aborto llevada a cabo por un grupo de feministas frente a la Catedral de San miguel De Tucumán, Argentina, el 08 de Marzo de 2017. Además de ser ya un acto violento en sí, pues se parodia un aborto, la parodia adquiere el carácter de blasfemia –inaudita- pues en mujer que “aborta” está representada la Virgen María, con lo cual el ataque, antes que a la fe de los católicos, es a la persona misma de María Santísima. Y puesto que María Virgen está encinta de Nuestro Señor Jesucristo, el Niño Dios, es Él el que es también blanco directo de tan insolente e increíble acto sacrílego. La información acerca del repudiable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces: https://www.aciprensa.com/noticias/arzobispo-repudia-parodia-de-aborto-de-la-virgen-maria-en-manifestacion-feminista-91732/ ;
         Como lo hacemos siempre, pediremos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de todo el mundo y, especialmente, por los autores materiales e intelectuales de tan abominable, blasfema y sacrílega parodia.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La Inmaculada Concepción, la Virgen Santísima, fue elegida por Dios para ser la destinataria de un doble prodigio, único en toda la Creación; un doble prodigio que no hubo antes, ni habrá después por la eternidad, y es el de ser, al mismo tiempo, Virgen y Madre de Dios. Este doble prodigio consiste en que, desde su Concepción Purísima, la Virgen estaba destinada a ser el Sagrario Viviente del Verbo de Dios hecho carne y por esta razón fue concebida sin la mancha del pecado original, recibiendo el nombre de Inmaculada Concepción, y a este prodigio se le sumó otro no menor y es el ser concebida “Llena de gracia” e inhabitada por el Espíritu Santo, el Amor de Dios. Así, la Virgen fue doblemente pura: porque no tenía el pecado original y por ser la Llena de gracia y la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad, con lo que la Pureza de la Virgen era doble: humana, por no tener el pecado original, y celestial, por ser la suya una participación a la Pureza Inmaculada del Ser trinitario divino. Gracias a esta doble pureza de la Virgen -la que le venía por ser Ella la Inmaculada Concepción y por estar en Ella la Presencia del Amor de Dios-, el Verbo de Dios, al dejar el seno del Padre para encarnarse en el seno de María, no encontró apenas diferencias, entre un seno y otro, ya que en el seno purísimo de María encontró el Hijo de Dios el mismo Amor y misma Pureza del seno del eterno Padre y esto porque estaba destinada a alojar al Hijo de Dios humanado.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al ser concebida Sin Mancha, Purísima, Llena de gracia e inhabitada por el Divino Amor, la Virgen María fue consagrada a Dios aún antes de su concepción, para que sirviera de Custodia Viva en el que fuera alojado, por nueve meses, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Y esta función de Custodia Viviente de la Eucaristía, que convirtió a la Virgen en Nuestra Señora de la Eucaristía, la comenzó la Virgen a ejercer inmediatamente después del Anuncio del Ángel, cuando dio su “Fiat” a la voluntad amabilísima de Dios, comenzando así la más grandiosa y maravillosa era de la humanidad, la Era de Cristo que, como Dios, se encarnaba para tener un Cuerpo que ofrecer en el Altar de la Cruz en expiación por nuestros pecados, para derrotar a nuestros enemigos –el Demonio, la Muerte y el Pecado- y para donarnos la vida de la gracia, la filiación divina y el Reino de los cielos. Gracias al “Fiat” de María, nos vino a los hombres la Luz Eterna de Dios, que habría de derrotar a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, y habría de iluminar nuestras mentes, envueltas en las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia. Fue la Virgen quien, al cabo de tres meses de alojar en su seno el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, dio a luz a su Hijo convirtiéndose en Madre de Dios y donando a nuestras almas a su Hijo Jesús que, oculto bajo la apariencia de pan, habría de alimentarnos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, oculto con su substancia divina en el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan de ángeles, el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Verbo de Dios, que es Dios junto al Padre desde la eternidad, se encarna en el seno virgen de María por obra del Espíritu Santo y la Virgen, comportándose como un preciosísimo Diamante celestial, aloja en sí misma a la Luz divina, la Palabra del Padre, al igual que el diamante lo hace con la luz, y luego recubrirlo con su substancia materna, lo irradia hacia el mundo, así como el diamante irradia su luz luego de atraparla en su interior. Este admirable prodigio, el de la Encarnación del Verbo en el seno de María Virgen, se continúa, perpetúa y prolonga en cada Santa Misa, pues lo que sucede en la Virgen sucede luego en la Iglesia, de quien la Virgen es Madre y Modelo: por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial se produce el milagro de la transubstanciación que convierte el pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre del Cordero, renovándose para nosotros, ante nuestros ojos, y por el poder del Espíritu Santo, la Encarnación del Verbo, su Nacimiento y el don de sí mismo como Víctima Inmolada en la Cruz y como Pan de Vida eterna en la Eucaristía. De esta manera la Iglesia renueva, por el poder el Espíritu Santo y en su seno virginal, el altar eucarístico, para los hombres de todo tiempo y lugar, el misterio de la Encarnación de la Palabra de Dios y la entrega sacrificial de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

En su infinita misericordia, el Verbo de Dios, Tres veces Santo; que habita “en una luz inaccesible”; que es Espíritu Puro e Invisible; que es Dios junto al Padre, se encarnó en el seno purísimo de María Virgen por obra de la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo, para adquirir así un Cuerpo, con el cual sería visible y, permaneciendo en la luz inaccesible, habitaría al mismo tiempo también entre los hombres por medio de la Encarnación y una vez llegada la plenitud de los tiempos, habría de subir a la Cruz para ofrecer su Cuerpo y su Sangre en sacrificio santo y puro por nuestra salvación. Fue la Virgen Santísima quien, alojando al Verbo eterno en su seno virginal, recubrió al Verbo de Dios con un tejido de carne, nutriéndolo con su substancia materna, para que el Hijo de Dios fuera visible a los hombres y pudiera ser captado por los sentidos humanos, de manera que nadie pudiera decir: “No sé dónde está Dios, no sé cómo es el rostro de Dios”, porque el Hijo de María Virgen es Dios y su rostro es el Rostro de Dios. Pero la Virgen lo recubrió y le dio un Cuerpo, para que, ya de adulto, se ofreciera con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Santo Sacrificio del Altar, para así derrotar a la Muerte, al Demonio y al Pecado y conceder a los hombres la Vida divina. La Santa Madre Iglesia, de quien la Virgen es Madre y Modelo, imita y participa de lo sucedido en María: así como en María, por el poder del Espíritu Santo, se encarnó el Verbo en su seno purísimo y la Virgen lo recubrió con un Cuerpo para que naciera en Belén, Casa de Pan, para donarse al mundo como Pan de Vida eterna, así la Iglesia prolonga la Encarnación del Verbo, por el poder del Espíritu Santo, en su seno purísimo, el Altar Eucarístico, y lo recubre con apariencia de pan y vino, para donarlo al mundo como Pan Vivo bajado del cielo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el Memorial del Santo Sacrificio del Calvario, la Santa Misa o Santo Sacrificio del Altar, se conmemora el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofrecidos sobre el puro y santo altar eucarístico, para regocijo y alegría del Pueblo Santo de Dios, que por el misterio de la Santa Misa tiene ante sí, ante sus ojos, sobre el Altar Sacrosanto, al Misterio fuente de todos los misterios, la Encarnación del Verbo y la prolongación de su Encarnación en la Sagrada Eucaristía. Por este gran misterio, los católicos, viviendo en el tiempo y en la tierra, nos encontramos delante del Cordero de Dios que, oculto en apariencia de pan, se nos hace Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía y es por eso que, con los ángeles y santos del cielo, nos postramos en adoración ante el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, dándole gracias, alabándolo, glorificándolo, adorándolo y exaltándolo. Por el Espíritu Santo, que desciende sobre las ofrendas del pan y del vino por las palabras de la consagración y produce el milagro de la Transubstanciación, los cristianos obtenemos el perdón de nuestros pecados y recibimos, en anticipo, la vida eterna, la vida del Reino de los cielos, y es por eso que, glorificando y adorando el Cuerpo y la Sangre del Cordero, Fuente de todo bien para nuestras almas, cantamos, damos gracias, glorificamos y adoramos la Sagrada Presencia Eucarística de Jesús, el Verbo Eterno del Padre, el Dios de la Eucaristía, el Dios de todo consuelo.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.


        


viernes, 10 de marzo de 2017

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa


Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa[1]

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias a la Santísima Trinidad por el don inapreciable de la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La Esposa del Cordero Místico, la Iglesia Católica, fundada por Jesús por la efusión de Sangre y Agua de su Costado traspasado, existe con un solo objetivo, el de ofrecer el culto del sacrificio eucarístico en honor y alabanza a Dios Uno y Trino, por medio del sacerdocio ministerial. Ambos, tanto el sacrificio eucarístico, como el sacerdocio ministerial, fueron instituidos por Jesús en la Última Cena: “Mientras comían, tomó el pan y, pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a ellos diciendo: “Tomad y comed, éste es mi Cuerpo”. Luego tomó el cáliz y, dando gracias, lo dio a ellos diciendo: “Ésta es la Sangre de la Alianza, derramada por muchos…” (Mc 14, 22-24) “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Por esta razón, la Misa es esencial  y principalmente un sacrificio y no el memorial de un ágape fraterno, ni tampoco la celebración de la resurrección de Jesucristo: aún más, es el mismo, único, idéntico e irrepetible Sacrificio de la Cruz, el mismo sacrificio de Jesús en el Calvario el Viernes Santo que, ofrecido sobre el altar bajo las especies de pan y de vino consagradas separadamente por el sacerdote ministerial, permite que las almas de todos los tiempos y en todos los lugares, reciban los méritos salvíficos infinitos de la Pasión del Señor. En otras palabras, por medio de la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario –por eso se llama “Santo Sacrificio del Altar”-, la Esposa del Cordero, la Iglesia, hace accesible a los hombres de todo tiempo y lugar, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, la Eucaristía, que concede la vida eterna a quien se une a Él, por la comunión eucarística, con fe y con amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El signo de la liturgia eucarística de la Santa Misa corresponde a la realidad intemporal de la Muerte en cruz, sacrificial, de la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, que por ser la muerte del Hombre-Dios, trasciende el dato empírico del tiempo y el espacio. Por este motivo es que no se puede decir que la Misa sea un memorial de la Cena, ni tampoco meramente un ágape celebrado en memoria de la Resurrección, aun cuando Cristo, que es el único y verdadero Sacerdote que ofrece el sacrificio, al mismo tiempo que es la Víctima ofrecida, se encuentra actualmente resucitado y glorioso, porque la doble consagración del pan y del vino en el Altar Eucarístico representa la separación sacrificial del Cuerpo y la Sangre en el Altar de la Cruz, esto es, el Sacrificio de la Cruz. Porque en el Altar se representa la Sangre que fluye del Cuerpo y se separa de éste, tal como sucede en la Cruz, es inexacto decir que la Misa es un mero convite: es la representación de lo que el signo representa, esto es, la muerte sacrificial de Cristo en la Cruz, en donde la Sangre se separa del Cuerpo en virtud de la crucifixión. Sí es convite, ágape, cena, en cuanto el ministro y los fieles, al comulgar la Eucaristía, se nutren de la substancia humana glorificada y de la substancia divina de la Persona del Hijo, que ha sido sacrificada en la Cruz, lo cual supone que, para poder alimentarse de este Pan celestial, la Eucaristía, previamente se ha llevado a cabo la inmolación de la Víctima –en el Altar de la Cruz, en el Calvario, y renovada en la Cruz del Altar, en la Misa-, inmolación que constituye la realidad principal del misterio eucarístico. Según la fe de la Santa Iglesia Católica, la Misa es Sacramento del Sacrificio, no de la Resurrección. Es decir, la Eucaristía es “Pan de Vida eterna” y por eso mismo ágape, en cuanto recibe su virtud o poder sobrenatural del Sacrificio de la Cruz que es representado sacramentalmente en el altar; de otro modo, es decir, si la Eucaristía no recibiera del Sacrificio de la Cruz su virtud celestial, sólo sería un poco de pan sin levadura y nada más que eso, pan sin levadura, que sólo por la fe y la piedad de los asistentes a la Misa, se convertiría en memorial de la Cena. Pero la Santa Misa no es esto, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario del Viernes Santo, renovado sacramentalmente sobre el Altar Eucarístico por medio del sacerdote ministerial, constituyendo así el misterio central que da la vida eterna de Dios Uno y Trino al Cuerpo Místico de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, al ofrecerse el Cordero inmolado en la Cruz, bajo las especies de pan y vino. Es así la Eucaristía el Alma del alma de todo cristiano y sin Eucaristía, sin Sacrificio del Altar, ni las almas, ni la Iglesia, tienen vida eterna.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En este Santo Sacrificio del Altar, el Sacerdote principal es Jesús, siendo el sacerdote ministerial partícipe de su Sacerdocio único y eterno, y aunque el sacerdote ministerial celebre la Misa todos los días, lo que se multiplica es el rito, es decir, el sacramento, pero no el Sacrificio de la Cruz que, en cuanto tal, permanece único, perfecto e irrepetible. Es decir, las celebraciones litúrgicas, que son las que se repiten, no multiplican el Sacrificio de la Cruz en sí mismo, siendo éste único para quien, a través de la fe, lo intuye a través del sacramento eucarístico. Detrás de la realidad visible del altar y el sacerdote ministerial, está la realidad invisible de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote que, al mismo tiempo que Sacerdote, es también Altar y Víctima. El sacerdote ministerial, que es visible, lo representa y habla en su persona, en su nombre, de modo tal que, lo que hay en la Misa es el Sacramento del Sacrificio, porque es la realidad invisible, sobrenatural –el sacrificio de Jesús en la Cruz-, la que está representada en la realidad visible, creatural –el sacerdote ministerial, el altar, el pan y el vino-. Es esto lo que los padres de la Iglesia, como San Gregorio, nos enseña: que si bien Cristo está resucitado y glorioso, sin embargo, sobre el altar, el misterio de su inmolación es siempre actual, es decir, se hace presente en el aquí y ahora de quienes asisten a la Santa Misa. Los Padres no reconocen, en la celebración de la Misa, de modo principal y directo, la celebración de Cristo Resucitado y asunto en la gloria del Padre, sino el Sacrificio del Cristo agonizante, inmerso en la ignominia de la Cruz; no reconocen principalmente un banquete que celebra relaciones humanas de amor fraterno, sino sobre todo un supremo acto de culto –el sacrificio del Cordero en la Cruz- en la reparación debida a Dios, ofendido en su Divina Justicia y Majestad por la malicia del corazón de los hombres.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         Jesús, en cuanto Hombre-Dios, instituyó en la Última Cena el sacerdocio ministerial, para que por medio de este se perpetuara el culto de la Nueva y Eterna Alianza, e instituyó la Eucaristía, para re-presentar, con este rito y a través de los siglos, hasta el fin de los tiempos, el único y perfecto Sacrificio de la Cruz bajo las especies sacramentales de pan y vino, transubstanciadas en su Cuerpo y Sangre. Por lo tanto, la Misa no es mero “recuerdo de la Cena”, sino el Sacrificio de Cristo, Sacerdote y Víctima, que se inmola bajo las especies del pan y del vino. La única diferencia entre el Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio del Altar Eucarístico consiste en la mediación del ministro visible, puesto que no hay otro sacerdote oferente, que no sea Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote; no hay otra víctima ofrecida, que no sea Cristo, Víctima Inmolada; no hay otra acción oblativa, que la Oblación Pura y Santa del Hombre-Dios Jesucristo. El Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio del Altar es numéricamente uno, por lo que el Sacrificio del Altar no agrega ni sustrae nada al Sacrificio de la Cruz, obteniendo de éste su virtud divina, limitándose a hacer actuales los méritos infinitos de Jesús en la Cruz para vivos y difuntos y revelando, por lo tanto, su eficacia salvífica divina.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santa Misa es la representación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, lo cual significa que Jesús está con su Cuerpo y su Sangre en el Altar Eucarístico; si esto es así, entonces quiere decir que también está, ante el Altar Eucarístico, la Santísima Virgen, así como lo estuvo al pie de la Cruz, en el Calvario, acompañando a su Hijo Jesús. Y, en la Virgen, es toda la Iglesia la que, a los pies de la Cruz, se ofrece como víctima en la Víctima, Cristo Jesús. La Virgen está en la Misa, porque en la Misa está su Hijo Jesús en la Cruz, y donde está el Hijo, ahí está la Madre. ¿Y qué hace la Virgen en la Misa? Hace lo mismo que hizo en el Monte Calvario: acompaña a su Hijo Jesús, que da su vida por nosotros, y aunque es lo que más quiere en el mundo, no duda en ofrecerlo a Dios Padre para nuestra salvación. Y también al igual que en el Calvario, hace de Madre para con nosotros, porque fue ahí, en el Calvario, que Jesús le pidió que nos adoptara como hijos suyos. La Virgen está en la Misa presente, en persona, aunque invisible, y reza por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, y no sólo reza, sino que ofrece a su Hijo Jesús, que está en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, a Dios Padre, mientras le dirige esta oración: “Padre Santo, Fuente de toda santidad, te ofrezco a mi Hijo Jesús, presente en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, para que no tengas en cuenta todo el mal que hacen los hombres, para que perdones sus pecados, para que alejes al demonio de sus vidas, para que los adoptes como hijos tuyos muy amados, para que les des tu Espíritu de Amor, así ellos puedan amarte a Ti y a Jesús con la fuerza de tu mismo Amor, en el tiempo y para toda la eternidad. Padre Santo, te ofrezco a Jesús, mi Hijo amado, para que tus hijos vivan en gracia en el tiempo y te adoren en la eternidad. Amén”. Al asistir a la Santa Misa, cuando escuchemos que el sacerdote nombra a la Virgen, nos acordemos que Ella está presente, invisible, en el altar, pidiendo por todos y cada uno de nosotros, y le pidamos la gracia de participar de la Misa con el mismo amor con el que Ella asistió al Calvario, y le pidamos también la gracia de amar a su Hijo Jesús con el mismo Amor de su Corazón Inmaculado. Por último, si está la Virgen, también está San Juan Evangelista y, junto con ellos, nosotros, postrados ante la Santa Cruz, besando sus pies ensangrentados, adorando su Presencia Eucarística.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.





[1] Cfr. Enrico Zoffoli, Questa è la Messa. Non altro!, Ediciones Segno, Roma 1994, passim.

jueves, 2 de marzo de 2017

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en reparación por blasfemia contra Jesús y María en Carnaval de Canarias, España, el 280217


Borja Castillas, el hombre que se viste de mujer, protagonista 
del blasfemo espectáculo llevado a cabo en el Carnaval de Canarias, 
España, el 28 de febrero de 2017.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la blasfemia cometida contra Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María en un carnaval en Canarias, España, por parte de un grupo de hombres que habitualmente se travisten como mujeres. La información acerca de esta lamentable blasfemia se encuentra en los siguientes enlaces:         https://infovaticana.com/2017/02/28/carnaval-canarias-blasfema-la-santisima-virgen-cristo-crucificado/; https://www.aciprensa.com/noticias/video-carnaval-de-canarias-premia-a-drag-queen-que-se-disfrazo-de-virgen-maria-87722/; http://www.actuall.com/laicismo/el-drag-de-las-palmas-que-ridiculizo-el-cristianismo-quiere-ser-profesor-de-religion/
         Puesto que los ofendidos son Nuestra Señora de los Dolores y Jesús Crucificado, las meditaciones girarán en torno al Calvario. Imploramos el perdón para quienes cometieron tan horrible blasfemia y la conversión de sus corazones, además de pedir por nuestra propia conversión, por nuestros seres queridos y por todo el mundo. Nos sumamos de esta manera al pedido del Sr. Obispo de Canarias, quien convocó a una Eucaristía (http://www.religionenlibertad.com/desolado-obispo-canarias-denuncia-una-carta-frivolidad-55179.htm ) en reparación y desagravio por este innombrable ataque al Hombre-Dios y a su Madre, María Santísima.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

         “Al pie de la Cruz estaba María, su Madre”, dice el Evangelio (Jn 19, 25-27), al narrar el Día en el que llegaba a su ápice la profecía del anciano Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón” (Lc 2, 35). Al pie de la Cruz, al lado de su Hijo que agoniza y de pie junto a la Cruz, se encuentra Aquella que es llamada Reina de los cielos, Madre siempre Virgen, Madre de Dios, Rosa Mística, Estrella de la mañana, Inmaculada Concepción, y cientos de títulos más, unos más grandiosos y majestuosos que otros, y todos debido al privilegio único de ser la Madre de Dios y, al mismo tiempo, Virgen Inmaculada. Pero también al pie de la Cruz, María Santísima recibe un título especialísimo, que compite en majestuosidad con todos sus otros títulos, y es el de “Nuestra Señora de los Dolores”, un título que había comenzado a poseerlo en el momento mismo de la Encarnación, que llegaba a su ápice en la Crucifixión, y que había sido profetizado por el anciano y santo Simeón en la Presentación. En esta profecía, se anticipaba ya que al pie de la Cruz, la Madre de Jesús habría de ser Nuestra Señora de los Dolores porque su Inmaculado Corazón habría de alojar no solo el dolor de la muerte del Hijo de su amor, sino también todos los dolores de todos los hombres de todos los tiempos. Al pie de la Cruz la Virgen es Nuestra Señora de los Dolores, porque además de los dolores de sus hijos adoptivos, los hombres, también habrían de estar todos los dolores de su Hijo Jesús, los mismos dolores de su Cuerpo martirizado, golpeado, llagado, cubierto de hematomas y de heridas sangrantes de las que salía su Sangre a borbotones, porque aunque Ella no recibía los golpes en su propio cuerpo purísimo, era tan fuerte el Amor que la unía a su Hijo, que a cada bofetada, cada latigazo, cada espina de la corona, cada clavo de la Cruz, la Virgen experimentaba el dolor, como si fuera que a Ella misma la estuvieran crucificando. Es al pie de la Cruz en donde llega a su ápice la profecía de Simeón y es al pie de la Cruz en donde la Virgen es la “Mujer” que se convierte en Madre de todos los hombres (cfr. Jn 19, 26) al adoptar, por pedido de Jesús, a todos los hombres, representados en Juan Evangelista. Así, la Virgen es Madre de Dios y Madre de todos los hombres y ahora, como Madre, sufre dolores inenarrables por ambos: sufre por su Hijo, que es el Hijo del Eterno Padre, y sufre por sus hijos adoptivos, los hombres: sufre porque el Hijo de su Corazón, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, agoniza en la Cruz inmerso en un océano de dolor y los dolores de su Hijo son sus dolores, aunque la Virgen Madre sufre también porque son sus hijos adoptivos, aquellos que Ella adoptó al pie de la Cruz, los que con sus pecados, sus enormes pecados, crucifican a Jesús, que es la Vida de su alma Inmaculada. Y así, porque el dolor por su Hijo y por los hombres, sus hijos adoptivos, la atenaza y la invade con oleadas de dolor que a cada segundo y a cada latido aumentan cada vez más de intensidad, la Virgen empalidece, se estremece de dolor, y sus ojos purísimos se cubren de amargas lágrimas que, en un llanto silencioso que parece no tener fin, nubla sus ojos purísimos, cubre su rostro preciosísimo, y riega la Tierra Santa en la que la Cruz está clavada. ¡Oh Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, dame el dolor de tu Inmaculado Corazón, para aliviarte en tus penas y para que mi corazón pecador, triturado por el dolor de mis pecados, se resuelva a morir antes que antes que volver a ofender a tu Hijo, que tan lastimado por mí está en la Cruz!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús sufre dolores atroces en la Cruz, son los dolores de su Cuerpo, pero le duelen todavía más su Alma y su Corazón, porque la causa de su crucifixión, es la malicia del corazón de los hombres. Jesús sufre dolores atroces en su Mano derecha, atravesada por un grueso clavo de hierro; son dolores lancinantes, quemantes, porque el clavo, además de lacerar los músculos, toca el nervio mediano y lo irrita y lo inflama de tal manera, que a Jesús le parece que a cada segundo le vierten, en su mano y en su brazo todo, agua en ebullición y el dolor es tan intenso y profundo, que a Jesús le parecer morir a cada instante, solo por el dolor de su Mano derecha. Así, Jesús expía nuestros pecados de idolatría, toda vez que alzamos las manos, no en acción de gracias y en alabanzas al Único Dios Verdadero, Dios Uno y Trino, sino para idolatrar a los ídolos neo-paganos de nuestra modernidad: el placer, el hedonismo, el materialismo, el dinero, los falsos dioses de la Nueva Era, el hombre mismo y así, con su dolor en la Mano derecha, Jesús expía por nuestros pecados de idolatría. Por el dolor también inenarrable de su Mano izquierda, igualmente perforada por un grueso clavo de hierro, Jesús expía nuestros pecados cometidos contra el prójimo, toda vez que levantamos nuestras manos para herirlo y no para auxiliarlo. ¡Oh Jesús crucificado, que yo eleve mis manos hacia el cielo, para dar gracias a la Trinidad por tu Santo Sacrificio en Cruz y por tu gracia y que tienda mis manos hacia mi prójimo, siempre y solo para obrar la misericordia, sobre todo con los más necesitados!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores, el Dios Tres veces Santo, Aquel ante el cual los ángeles se postran en adoración día y noche, y ante el cual no se atreven a levantar la cabeza, tan grandiosa es su majestad divina, recibe de los hombres, no alabanzas y adoración, como se merece, sino una corona de gruesas, duras y filosas espinas, que desgarran y laceran su cuero cabelludo, haciendo fluir torrentes inagotables de su Sangre Preciosísima, que brotando a borbotones se derrama por su Cabeza y su Santa Faz, así como el arroyo de cristalinas aguas baja, impetuoso, de la montaña. De esa manera, Jesús expía nuestros pecados de pensamientos, los pensamientos malos de todo tipo –lujuria, vanidad, orgullo, soberbia, venganza, ira, blasfemias, sacrilegios, menosprecios a su Presencia Eucarística-, y los borra y lava todos con su Sangre Preciosísima. ¡Oh Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores, que yo no solo no tenga malos pensamientos, sino que tenga siempre pensamientos santos y puros, los mismos pensamientos santos y puros que tiene Jesús, coronado de espinas!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, que del seno del Padre Eterno fue llevado por el Espíritu Santo al seno virgen de María, para adquirir un Cuerpo y ser así visible por los hombres, el mismo que al llegar a la edad madura caminó por Palestina predicando la Buena Nueva de la salvación de los hombres, ahora tiene sus pies clavados al madero por un clavo de hierro que le impide todo movimiento, que desgarra sus pies y hace brotar abundante cantidad de su Sangre Preciosísima. Así, Jesús expía por las veces en que los hombres dirigen sus pasos, movidos por la malicia de sus corazones, para cometer todo tipo de crímenes y pecados; expía por las veces en que los hombres, encaminándose en dirección opuesta al sagrario y al Altar Eucarístico se dirigen, movidos por sus bajas pasiones, en dirección al pecado que, cometido en la tierra y de no mediar una sincera conversión, conduce al pecador al Infierno. Jesús sufre dolores agudísimos en sus pies, por todas las veces que nos encaminamos no en dirección a la Fuente de la Gracia, su Sagrado Corazón Eucarístico, sino a cometer un pecado tras otro. Por eso, en reparación y desagravio, e implorando su perdón, nos arrodillamos ante Jesús crucificado y besamos sus pies y su Sangre Preciosísima, al tiempo que decimos a la Virgen: ¡Oh María, Nuestra Señora de los Dolores, que estás al lado de la Cruz, de pie y sin moverte, acompañando a Jesús que muere por nuestra salvación, haz que nuestros pasos no solo nunca se encaminan en dirección al mal, sino que se dirijan siempre y sólo hacia el Calvario, hacia el sagrario y hacia la Santa Misa!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Luego de una dolorosísima agonía, en la que Jesús sufrió la muerte más cruel que jamás nadie haya sufrido –en su muerte estaban todas las muertes de todos los hombres de todos los tiempos-, los hombres no tienen compasión siquiera de su Cuerpo ya muerto y es así como un soldado, para asegurarse de que ya estuviera sin vida, atraviesa su Costado y lo traspasa con su lanza brotando, al instante, “Sangre y Agua” (cfr. Jn 19, 34). En la Sangre y el Agua están contenidos el Espíritu Santo y la gracia santificante, que Dios Padre derrama, por medio de los Sacramentos de la Iglesia, sobre las almas de los hombres que han matado a su Hijo. Ésa es la respuesta de Dios a la furia deicida del hombre, azuzada por Satanás: en vez de responder con su Divina Justicia, Dios Padre, en mérito al Sacrificio en Cruz de Jesús, nos dona su Amor, el Espíritu Santo, contenido en la Sangre del Sagrado Corazón de Jesús, y nos dona la Gracia santificante, contenida en el Agua que brota de su Costado traspasado. A nuestro odio deicida, que termina con la vida de su Hijo “muy amado” (cfr. Mt 3, 17) en la Cruz, Dios Padre nos responde con la fuerza de su Divina Misericordia, la Sangre del Cordero que da la vida a las almas y el Agua de su gracia que las justifica. Al permitir que la lanza traspase su Corazón, Jesús expía por los pecados que nacen del corazón del hombre, lugar del que nacen “toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 21), ofreciendo al Padre su Purísimo Corazón, pleno de Bondad Divina y de santidad y envuelto en las llamas del Divino Amor, en expiación por nuestros pecados del corazón. ¡Oh María, Nuestra Señora de los Dolores, por la lanza que atravesó el Corazón de Jesús, concédenos la gracia de tener los mismos sentimientos, puros y santos, que tiene el Sagrado Corazón, y concédenos amarlo con el Amor que inhabita en tu Inmaculado Corazón, el Espíritu Santo!

Meditación final.

Cuando el soldado atraviesa con la fría lanza de hierro el Sagrado Corazón de Jesús (cfr. Jn 19, 34), y aunque su Divinidad permanece unida a su Humanidad -y es por esto la Causa de la vida divina para los hombres al derramar sobre estos el Espíritu Santo, que expira con el Padre y que va junto con la Sangre-, Jesús ya está muerto, por lo que no experimenta dolor alguno por la lanzada. Sin embargo, la Virgen y Madre, que está de pie al lado de la Cruz, por su participación mística en la Muerte de su Hijo y por la unión en el Divino Amor que existe entre los Sagrados Corazones de la Madre y el Hijo experimenta, como si fuera a Ella misma en persona a quien le clavaran, en la Purísima musculatura de su Inmaculado Corazón, el frío hierro de la lanza, y siente en su cuerpo Purísimo y en su Alma Inmaculada un dolor de tal intensidad, que acabaría en el instante con su vida si no estuviera asistida, como lo está, por la Omnipotencia, la Sabiduría y de Amor de Dios. Junto al dolor físico, la Virgen y Madre experimenta otros dolores, aún más intensos, si es que ello es posible, y es el dolor moral y el dolor de espiritual, provocado por aquellos hijos suyos a los cuales -con todo el Amor de su Corazón y siguiendo la Amabilísima Voluntad del Hijo y el Padre- acaba de adoptar al pie de la Cruz. Sí, son los pecados de sus hijos adoptivos –nosotros- los que provocan sus más grandes dolores, del Alma y del Corazón, cuando los bautizados en la Iglesia negamos a su Hijo en la Cruz; menospreciamos el Don de dones, su Sacrificio Santo en el Calvario; ignoramos su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía –su Presencia de Él mismo en Persona, porque así como está en el cielo, glorioso y resucitado, así está en la Eucaristía, sólo que oculto bajo la apariencia de pan- y así lo dejamos solo, lo abandonamos, lo olvidamos a Él, que es el Dios del sagrario, cuando no cometemos los más abominables ultrajes, sacrilegios, profanaciones, ofensas, burlas, menosprecios, blasfemias, herejías, injurias, que hacen llorar de tristeza a los ángeles del cielo. Pero si los benditos ángeles sólo lloran, la Madre y Virgen, Nuestra Señora de los Dolores experimenta en su Inmaculado Corazón y de modo místico y sobrenatural, la fría dureza del hierro y el golpe brutal que lacera y desagarra el Sagrado Corazón de su Hijo, y el dolor físico, moral y espiritual que la invade es tan inmenso y de tanta intensidad, que le parece a la Virgen sumergirse en un océano de dolor, un océano sin playas y sin fondo, sin límites, un océano de amargo dolor, que atenaza su Purísimo Corazón, al comprobar la cruel malicia y la poderosa fuerza del pecado de sus hijos adoptivos, aquellos –nosotros, los bautizados- que apenas hacía un rato habíamos sido adoptados, en la persona de San Juan Evangelista, como hijos adoptivos suyos muy queridos. ¡Oh María Santísima, Madre y Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, dame tus ojos, para ver a Jesús como tú lo ves; dame tus oídos, para escuchar la voz de Jesús como tú la escuchas; dame tu olfato, para embriagarme, junto contigo, con el perfume agradabilísimo de tu Hijo Jesús, el “buen perfume de Jesús” (cfr. 2, Cor 2, 15), su gracia y su Amor; dame tus labios, para contigo sólo hable de Jesús; dame tu adoración, para adorar a tu Hijo, que agoniza en la Cruz y que está vivo y glorioso en la Eucaristía, para adorarlo con tu misma adoración; dame el Amor de tu Inmaculado Corazón, para amar con este mismo Amor a tu Hijo Jesús; dame, por fin, Madre mía amantísima, las lágrimas puras y cristalinas que brotan de tus hermosísimos ojos, para llorar por mis pecados, para nunca más herir de muerte con ellos al Hijo de tu Amor, el Sagrado Corazón de Jesús!

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.