viernes, 10 de marzo de 2017

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa


Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa[1]

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias a la Santísima Trinidad por el don inapreciable de la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La Esposa del Cordero Místico, la Iglesia Católica, fundada por Jesús por la efusión de Sangre y Agua de su Costado traspasado, existe con un solo objetivo, el de ofrecer el culto del sacrificio eucarístico en honor y alabanza a Dios Uno y Trino, por medio del sacerdocio ministerial. Ambos, tanto el sacrificio eucarístico, como el sacerdocio ministerial, fueron instituidos por Jesús en la Última Cena: “Mientras comían, tomó el pan y, pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a ellos diciendo: “Tomad y comed, éste es mi Cuerpo”. Luego tomó el cáliz y, dando gracias, lo dio a ellos diciendo: “Ésta es la Sangre de la Alianza, derramada por muchos…” (Mc 14, 22-24) “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Por esta razón, la Misa es esencial  y principalmente un sacrificio y no el memorial de un ágape fraterno, ni tampoco la celebración de la resurrección de Jesucristo: aún más, es el mismo, único, idéntico e irrepetible Sacrificio de la Cruz, el mismo sacrificio de Jesús en el Calvario el Viernes Santo que, ofrecido sobre el altar bajo las especies de pan y de vino consagradas separadamente por el sacerdote ministerial, permite que las almas de todos los tiempos y en todos los lugares, reciban los méritos salvíficos infinitos de la Pasión del Señor. En otras palabras, por medio de la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario –por eso se llama “Santo Sacrificio del Altar”-, la Esposa del Cordero, la Iglesia, hace accesible a los hombres de todo tiempo y lugar, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, la Eucaristía, que concede la vida eterna a quien se une a Él, por la comunión eucarística, con fe y con amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El signo de la liturgia eucarística de la Santa Misa corresponde a la realidad intemporal de la Muerte en cruz, sacrificial, de la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, que por ser la muerte del Hombre-Dios, trasciende el dato empírico del tiempo y el espacio. Por este motivo es que no se puede decir que la Misa sea un memorial de la Cena, ni tampoco meramente un ágape celebrado en memoria de la Resurrección, aun cuando Cristo, que es el único y verdadero Sacerdote que ofrece el sacrificio, al mismo tiempo que es la Víctima ofrecida, se encuentra actualmente resucitado y glorioso, porque la doble consagración del pan y del vino en el Altar Eucarístico representa la separación sacrificial del Cuerpo y la Sangre en el Altar de la Cruz, esto es, el Sacrificio de la Cruz. Porque en el Altar se representa la Sangre que fluye del Cuerpo y se separa de éste, tal como sucede en la Cruz, es inexacto decir que la Misa es un mero convite: es la representación de lo que el signo representa, esto es, la muerte sacrificial de Cristo en la Cruz, en donde la Sangre se separa del Cuerpo en virtud de la crucifixión. Sí es convite, ágape, cena, en cuanto el ministro y los fieles, al comulgar la Eucaristía, se nutren de la substancia humana glorificada y de la substancia divina de la Persona del Hijo, que ha sido sacrificada en la Cruz, lo cual supone que, para poder alimentarse de este Pan celestial, la Eucaristía, previamente se ha llevado a cabo la inmolación de la Víctima –en el Altar de la Cruz, en el Calvario, y renovada en la Cruz del Altar, en la Misa-, inmolación que constituye la realidad principal del misterio eucarístico. Según la fe de la Santa Iglesia Católica, la Misa es Sacramento del Sacrificio, no de la Resurrección. Es decir, la Eucaristía es “Pan de Vida eterna” y por eso mismo ágape, en cuanto recibe su virtud o poder sobrenatural del Sacrificio de la Cruz que es representado sacramentalmente en el altar; de otro modo, es decir, si la Eucaristía no recibiera del Sacrificio de la Cruz su virtud celestial, sólo sería un poco de pan sin levadura y nada más que eso, pan sin levadura, que sólo por la fe y la piedad de los asistentes a la Misa, se convertiría en memorial de la Cena. Pero la Santa Misa no es esto, sino que es el Santo Sacrificio del Calvario del Viernes Santo, renovado sacramentalmente sobre el Altar Eucarístico por medio del sacerdote ministerial, constituyendo así el misterio central que da la vida eterna de Dios Uno y Trino al Cuerpo Místico de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, al ofrecerse el Cordero inmolado en la Cruz, bajo las especies de pan y vino. Es así la Eucaristía el Alma del alma de todo cristiano y sin Eucaristía, sin Sacrificio del Altar, ni las almas, ni la Iglesia, tienen vida eterna.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En este Santo Sacrificio del Altar, el Sacerdote principal es Jesús, siendo el sacerdote ministerial partícipe de su Sacerdocio único y eterno, y aunque el sacerdote ministerial celebre la Misa todos los días, lo que se multiplica es el rito, es decir, el sacramento, pero no el Sacrificio de la Cruz que, en cuanto tal, permanece único, perfecto e irrepetible. Es decir, las celebraciones litúrgicas, que son las que se repiten, no multiplican el Sacrificio de la Cruz en sí mismo, siendo éste único para quien, a través de la fe, lo intuye a través del sacramento eucarístico. Detrás de la realidad visible del altar y el sacerdote ministerial, está la realidad invisible de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote que, al mismo tiempo que Sacerdote, es también Altar y Víctima. El sacerdote ministerial, que es visible, lo representa y habla en su persona, en su nombre, de modo tal que, lo que hay en la Misa es el Sacramento del Sacrificio, porque es la realidad invisible, sobrenatural –el sacrificio de Jesús en la Cruz-, la que está representada en la realidad visible, creatural –el sacerdote ministerial, el altar, el pan y el vino-. Es esto lo que los padres de la Iglesia, como San Gregorio, nos enseña: que si bien Cristo está resucitado y glorioso, sin embargo, sobre el altar, el misterio de su inmolación es siempre actual, es decir, se hace presente en el aquí y ahora de quienes asisten a la Santa Misa. Los Padres no reconocen, en la celebración de la Misa, de modo principal y directo, la celebración de Cristo Resucitado y asunto en la gloria del Padre, sino el Sacrificio del Cristo agonizante, inmerso en la ignominia de la Cruz; no reconocen principalmente un banquete que celebra relaciones humanas de amor fraterno, sino sobre todo un supremo acto de culto –el sacrificio del Cordero en la Cruz- en la reparación debida a Dios, ofendido en su Divina Justicia y Majestad por la malicia del corazón de los hombres.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         Jesús, en cuanto Hombre-Dios, instituyó en la Última Cena el sacerdocio ministerial, para que por medio de este se perpetuara el culto de la Nueva y Eterna Alianza, e instituyó la Eucaristía, para re-presentar, con este rito y a través de los siglos, hasta el fin de los tiempos, el único y perfecto Sacrificio de la Cruz bajo las especies sacramentales de pan y vino, transubstanciadas en su Cuerpo y Sangre. Por lo tanto, la Misa no es mero “recuerdo de la Cena”, sino el Sacrificio de Cristo, Sacerdote y Víctima, que se inmola bajo las especies del pan y del vino. La única diferencia entre el Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio del Altar Eucarístico consiste en la mediación del ministro visible, puesto que no hay otro sacerdote oferente, que no sea Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote; no hay otra víctima ofrecida, que no sea Cristo, Víctima Inmolada; no hay otra acción oblativa, que la Oblación Pura y Santa del Hombre-Dios Jesucristo. El Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio del Altar es numéricamente uno, por lo que el Sacrificio del Altar no agrega ni sustrae nada al Sacrificio de la Cruz, obteniendo de éste su virtud divina, limitándose a hacer actuales los méritos infinitos de Jesús en la Cruz para vivos y difuntos y revelando, por lo tanto, su eficacia salvífica divina.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santa Misa es la representación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, lo cual significa que Jesús está con su Cuerpo y su Sangre en el Altar Eucarístico; si esto es así, entonces quiere decir que también está, ante el Altar Eucarístico, la Santísima Virgen, así como lo estuvo al pie de la Cruz, en el Calvario, acompañando a su Hijo Jesús. Y, en la Virgen, es toda la Iglesia la que, a los pies de la Cruz, se ofrece como víctima en la Víctima, Cristo Jesús. La Virgen está en la Misa, porque en la Misa está su Hijo Jesús en la Cruz, y donde está el Hijo, ahí está la Madre. ¿Y qué hace la Virgen en la Misa? Hace lo mismo que hizo en el Monte Calvario: acompaña a su Hijo Jesús, que da su vida por nosotros, y aunque es lo que más quiere en el mundo, no duda en ofrecerlo a Dios Padre para nuestra salvación. Y también al igual que en el Calvario, hace de Madre para con nosotros, porque fue ahí, en el Calvario, que Jesús le pidió que nos adoptara como hijos suyos. La Virgen está en la Misa presente, en persona, aunque invisible, y reza por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, y no sólo reza, sino que ofrece a su Hijo Jesús, que está en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, a Dios Padre, mientras le dirige esta oración: “Padre Santo, Fuente de toda santidad, te ofrezco a mi Hijo Jesús, presente en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, para que no tengas en cuenta todo el mal que hacen los hombres, para que perdones sus pecados, para que alejes al demonio de sus vidas, para que los adoptes como hijos tuyos muy amados, para que les des tu Espíritu de Amor, así ellos puedan amarte a Ti y a Jesús con la fuerza de tu mismo Amor, en el tiempo y para toda la eternidad. Padre Santo, te ofrezco a Jesús, mi Hijo amado, para que tus hijos vivan en gracia en el tiempo y te adoren en la eternidad. Amén”. Al asistir a la Santa Misa, cuando escuchemos que el sacerdote nombra a la Virgen, nos acordemos que Ella está presente, invisible, en el altar, pidiendo por todos y cada uno de nosotros, y le pidamos la gracia de participar de la Misa con el mismo amor con el que Ella asistió al Calvario, y le pidamos también la gracia de amar a su Hijo Jesús con el mismo Amor de su Corazón Inmaculado. Por último, si está la Virgen, también está San Juan Evangelista y, junto con ellos, nosotros, postrados ante la Santa Cruz, besando sus pies ensangrentados, adorando su Presencia Eucarística.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.





[1] Cfr. Enrico Zoffoli, Questa è la Messa. Non altro!, Ediciones Segno, Roma 1994, passim.

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