martes, 9 de mayo de 2017

Hora Santa en reparación por profanación satánica del Monasterio de la Santa Faz en Alicante, España 090517


Monasterio de la Santa Faz en Alicante.

         Si bien no se trata de una profanación propiamente eucarística, igualmente ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario en reparación por el atentado satánico, llevando siempre en la mente y en el corazón las palabras de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (cfr. Mt 16, 18). La información acerca del lamentable hecho se encuentra en el siguiente enlace:   https://infovaticana.com/2017/05/09/profanan-monasterio-la-santa-faz-murcia/ Según informa el portal católico “Infovaticana”, “el sacerdote encargado de la apertura del Monasterio encontró en la mañana del domingo, tres pintas del número seis y una cruz invertida en el cristal blindado que protege la reliquia de la Santa Faz, así como mayo varias cruces del Via Crucis también invertidas (…) En un comunicado, el Obispado de Alicante ha asegurado que está estudiando “ampliar o mejorar” las medidas de seguridad en el monasterio tras estos actos vandálicos. El Obispado también ha asegurado que “se suplica a Dios, nuestro Señor, por quien o quienes han causado este daño” y han pedido a los fieles de Alicante que “las lamentables circunstancias no sean en detrimento del amor y devoción que sentimos hacia esta reliquia secular de la Santa Faz”. Uniéndonos al pedido del Sr. Obispo de Alicante, ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado, eb reparación y desagravio por el atentado sufrido por la sagrada reliquia, pidiendo al mismo tiempo por la conversión de quienes perpetraron, intelectual y materialmente, este horrible sacrilegio. Pedimos también por nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la de todo el mundo.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Luego de la Última Cena, Jesús se dirigió con sus discípulos al Huerto de los Olivos, para orar al Padre al haber comenzado ya su Pascua, su “Paso”, de esta vida a la vida eterna; en esta Pascua, en este “Paso”, habría de cargar consigo, sobre sus espaldas, todos nuestros pecados, uno por uno, los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, para lavarlos con la Sangre derramada en la Pasión y en la Cruz, recibiendo Él el castigo merecido por nuestra malicia a fin de que nuestras almas pudieran presentarse impecables y libres de toda mancha ante Dios Padre. Ya en el Huerto, su Sagrado Rostro se vio surcado por el rictus de la amargura, de la desolación, de la tristeza y a tal punto, que hubo de exclamar: “Mi Alma está triste hasta la muerte”. Y esta amargura, esta desolación, esta tristeza que ensombrecieron su Rostro hermosísimo, se debían a la acedia, la indiferencia, la indolencia de sus discípulos –en quien estábamos todos representados-, los cuales, lejos de secundar el pedido de Jesús de que oraran junto a Él, para compartir con Él las amargas horas de la Pasión, los discípulos, llevados por la frialdad y la indolencia, se ponen a dormir, en vez de rezar con Él. En nuestros días, la indolencia de los cristianos se repite y se agiganta, toda vez que Nuestro Señor es dejado solo en el sagrario, porque los cristianos, dominados por el desamor y la acedia, prefieren los vanos atractivos del mundo, en vez de orar a los pies del sagrario, postrados ante Jesús Sacramentado. Y, al igual que entonces, de la misma manera a como los enemigos de Cristo se mostraban frenéticos en su intento de arrestarlo para condenarlo a muerte y, amparados en las tinieblas cósmicas y guiados por las tinieblas vivientes, los demonios, apuraban el paso para arrestar al Señor mientras sus discípulos dormían, también hoy, los enemigos de la Iglesia, las sociedades secretas y los enemigos internos y externos de la Esposa del Cordero, se muestran igualmente frenéticos en su intento desesperado de borrar, si fuera posible, de la faz de la tierra y del corazón del hombre, hasta el más mínimo recuerdo de Dios y del Dulce Nombre de Jesús. ¡Oh Jesús, cuyo Rostro Santo se vio surcado por el rictus de la amargura, al comprobar la soledad en la que te abandonaban tus discípulos, no permitas que nos dejemos ganar por el desamor, la indolencia y la frialdad; enciende nuestros fríos corazones en el calor del Amor de tu Sagrado Corazón, y haz que participemos del dolor y de la amargura del Huerto de Getsemaní!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Si la amargura y la desolación, originadas en su Alma Santísima, marcaron su Sagrado Rostro con un rictus de tristeza mortal, siendo este sufrimiento de origen espiritual, su Rostro Santísimo sufrió también físicamente, puesto que desde su arresto, Jesús recibió innumerables golpes de puño en pleno Rostro, además de bofetadas y un corte en su mejilla, producto del brutal cachetazo dado, con irreverencia diabólica y sin justificativo alguno, por el servidor del sumo sacerdote Caifás. Contribuyen a la deformación del Rostro Divino de Jesús –el mismo Rostro ante el cual los ángeles del cielo no se atreven a mirar a los ojos, cubriéndose con sus alas-, el sudor intenso, que se mezcla con la Sangre Preciosísima que brota de sus mejillas heridas y de su boca golpeada, todo lo cual forma una máscara que afea la Santa Faz del Cordero, Santa Faz que en el cielo es el deleite del Padre y de los ángeles, pero que en la tierra y por la malicia de nuestros corazones, es casi irreconocible a causa de la hinchazón y el mazacote que se forma por las lágrimas, el sudor y la Sangre del Cordero. Pero además de los hematomas, las heridas cortantes, en el Rostro de Jesús eran visibles también las huellas del cansancio extremo, del hambre, la sed, la deshidratación, la falta de la más mínima compasión y consideración humana, la ausencia total de la más pequeña muestra de humanidad, para Aquel Dios que, sin dejar de ser Dios, había asumido nuestra humanidad para quitarle el pecado, santificarla con su gracia y conducirnos a la gloria del cielo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La Santa Faz es uno de los dos sudarios con los que la Verónica limpió el rostro de Cristo durante la Pasión. El Rostro Santo de Jesús, que en los cielos embelesa a ángeles y santos con los fulgores de su divinidad y con la Belleza Increada del Ser divino trinitario que en Él se refleja, en la tierra es sin embargo golpeado, abofeteado, salivado, cubierto de tierra, de polvo, de lágrimas, de sangre, a causa de la malicia que, anidando en el corazón de los hombres desde el pecado de los primeros padres, se desencadena con toda su perversión, azuzados los hombres necios y ciegos que no reconocen en el Rostro de Jesús el Rostro mismo de Dios, por el Demonio, que así ve cumplidos sus irracionales sueños de humillar y dar muerte al Hombre-Dios. Si en el cielo el Rostro de Jesús resplandece con la belleza de la gloria divina, que embriaga de alegría a los espíritus puros y a los bienaventurados, en la tierra, sin embargo, este mismo Rostro, tumefacto, cubierto de heridas, escupitajos, hematomas, sangre y tierra, resulta casi irreconocible, y a tal punto, que quienes lo ven, menean la cabeza y dan vuelta la cara, como quien niega el rostro a un despojo humano sanguinolento. Tan desfigurado está, que no parece hombre, dice el Profeta Isaías, sino un gusano, y a pesar de que somos nosotros quienes, con nuestros pecados, le provocamos estas heridas, Él las lleva y las soporta en lugar nuestro para que, presentando al Padre su rostro irreconocible, el Padre se apiade de nosotros y, en vez de descargar su justa ira divina, encendida por nuestros pecados, nos ilumine con la luz del Rostro de Jesús.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         En el Camino Real de la Pasión, Jesús, agotado por el peso de la Cruz, debilitado en su Cuerpo Sacratísimo al extremo por la falta de alimento y deshidratado por la abundante pérdida de Sangre por sus heridas abiertas, y por el sudor intenso producto del esfuerzo de llevar la pesada cruz, cuyo peso, más que por el leño, está dado por nuestros inmensos pecados, cae en tierra, provocando la compasión en el corazón de la Verónica, quien se acerca con un lienzo en donde el Señor recompensará esta obra de misericordia, estampando en el blanco paño su Amabilísimo Rostro, que habría de quedar para siempre como nuestro consuelo y solaz, porque al contemplar el Rostro Santísimo del Señor, contraído por el dolor y la tristeza, nuestros dolores y tristezas habrían de aliviarse, al comprobar que Él ya las llevaba consigo, estampadas en su Rostro Sacratísimo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Nosotros no tenemos un lienzo blanco como el de la Verónica, pero a cambio, le ofrecemos a Jesús nuestros pobres corazones, para que Él se digne estampar en ellos su Santa Faz, de manera que descanse al menos en pequeñísima parte de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias que recibe en el Santísimo Sacramento del Altar. ¡Oh Buen Jesús, que nuestros corazones sean como otros tantos lienzos blancos, como el de la Verónica, para que imprimas en ellos tu Amabilísimo, Adorabilísimo y Santísimo Rostro, para que eternamente nos gocemos en la contemplación de tu Santa Faz!

 Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.


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