viernes, 1 de diciembre de 2017

Hora Santa en reparación por robo de sagrario con Hostias consagradas en Brasil 101117


         Inicio: un sagrario conteniendo Hostias consagradas fue robado en Brasil y a diferencia de otros casos de profanación, en este caso, tuvo un final “feliz”, en el sentido de que el sagrario fue encontrado “en un lago con las Hostias consagradas intactas en su interior”, según los reportes. Los datos relativos al lamentable hecho se encuentran en la siguiente dirección:
         De igual manera, así hubiera habido o no intención de profanar, la profanación, aunque sea materialmente, se llevó a cabo, por lo que ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado como reparación.

          Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         Al encontrarse con los discípulos de Emaús y luego de que estos le pidieran que “se quede con ellos”, Jesús hace algo infinitamente más grande: por el sacramento de la Eucaristía, se queda “en” ellos[1]. Es decir, los discípulos de Emaús, habiendo sentido arder en sus corazones el Amor del Espíritu Santo, enviado por Jesús mientras Él les hablaba de las Escrituras, y sin saber todavía que se trata de Jesús –este conocimiento sucederá hacia el final del episodio, en el momento de la fracción del pan-, le piden que se “quede con ellos”, y Jesús, que los ama con Amor infinito, como a todos y cada uno de nosotros, les cumple su deseo más allá de toda imaginación: por medio de la conversión del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre, se queda en ellos, morando en sus almas, tal como sucede con todo aquel que comulga con fe, piedad y amor, y le abre de par en par las puertas de su corazón al Señor Jesús, oculto en apariencia de pan. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda e íntima comunión con Dios Trino, ya que el Hijo es el Camino al Padre en el amor del Espíritu Santo. Por la comunión eucarística, Jesús no solo se queda “con” el que comulga, sino que se queda “en” el que comulga, en una relación de íntima y recíproca “permanencia”: “Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes” (Jn 15, 4). Esto supera todo lo que el hombre puede desear[2], en esta vida y en la otra, porque convierte a su alma y a su corazón en un altar viviente, o en una custodia viviente, en donde el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, es amado, adorado, bendecido y glorificado, día y noche, como un anticipo en la tierra, en el tiempo y en el espacio, de la adoración eterna que el alma fiel, por la Misericordia Divina, desea tributarle por toda la eternidad. Comulgar, entonces, es recibir algo más grande que los cielos eternos: es recibir al Rey de esos cielos eternos, Jesús Eucaristía, para que se quede en nosotros y desde allí nos insufle su Amor, el Espíritu Santo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El hombre, creado por Dios “a su imagen y semejanza” (cfr. Gn 1, 27), fue creado también con “hambre” de Dios (cfr. Am 8, 11), de su Palabra, de su Amor, de su Sabiduría, de su Paz, de su Alegría, de su Justicia. Ésa es la razón por la cual ningún bien creado, y ni siquiera todo el universo, puede saciar su sed de felicidad, porque en el fondo, es hambre y sed de Dios. Sólo Dios puede saciar la profunda sed y hambre de Dios de toda alma humana;  sólo en la unión con Él se satisface plenamente este deseo del hombre[3]. Y si esta sed y hambre de Dios se satisface, para los justos, por la oración, mediante la cual el alma se une a Dios por la fe y por el amor, se realiza de modo orgánico –substancial- por la comunión eucarística, porque en la Eucaristía no está Cristo de un modo imaginario, sino real, verdadero y substancial, de manera que está todo Él en cada Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. De esta manera, la comunión eucarística comporta una unión más profunda entre el alma y Cristo, porque Cristo une al alma a Sí mismo, a su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad, Presentes en la Eucaristía. Por la comunión eucarística, el alma está en Cristo –en su Cuerpo real, orgánico, el mismo Cuerpo con el que resucitó en el sepulcro- y Cristo está en el alma –Cristo está con su Cuerpo glorificado y con su Ser divino trinitario en el alma del que comulga- y la unión entre ambos es el amor: de parte de Cristo, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, insuflado por Él y el Padre sobre el alma del que comulga; de parte del fiel que lo recibe en la Eucaristía, es el amor humano purificado y santificado por la gracia santificante. La comunión eucarística sacia el hambre de Dios que todo hombre tiene, porque alimenta al alma con el Pan de Vida eterna, Pan que “contiene en sí todo deleite”, porque contiene la Carne de Cristo, embebida en el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Eucaristía es el Corazón de la Iglesia y así como el hombre recibe de su corazón la sangre que le da vida a sus órganos, así la Eucaristía, que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, concede al Cuerpo Místico de Cristo, los bautizados, la vida divina, al comunicarles la gracia santificante que se transmite por la Sangre del Cordero. Y de la misma manera a como un cuerpo no puede vivir sin el corazón, porque le falta sangre y con la sangre, la vida, así también la Iglesia no puede vivir sin el Corazón Eucarístico de Jesús, del cual recibe su Sangre Preciosísima y, con su Sangre, la Vida divina y eterna del Ser divino trinitario. No puede haber Iglesia sin Eucaristía y si la hubiera, esta sería una Iglesia sin Amor de Dios, sin Vida divina, porque le faltaría la Sangre del Cordero, que lleva en sí misma el Amor y la Vida de Dios Uno y Trino. Tampoco puede haber Eucaristía sin Iglesia, porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo[4], y así como un corazón no está sin su cuerpo, así tampoco la Eucaristía. Y si hubiera una Eucaristía sin Iglesia, esta no sería la verdadera Eucaristía, sino solo un remedio blasfemo, sin vida en sí misma e incapaz, por lo tanto, de dar vida al Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia es comunión en el misterio eucarístico de Cristo; la Iglesia se configura como una y santa porque sus integrantes, los bautizados en la Iglesia Católica, reciben del Pan Eucarístico la unidad y la santidad del Cordero. La Iglesia es comunión en el Cuerpo de Cristo, según las palabras de Jesús: “Como Tú, Padre, en Mí y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21). La única Iglesia verdadera es la que se reúne por la comunión con la Eucaristía, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Luego de estar con el Señor Jesús y luego de haberlo reconocido “en la fracción del pan”, la actitud de los discípulos de Emaús cambia radicalmente: si antes estaban apesadumbrados, tristes y sin esperanzas –porque habían cifrado su fe en un mesías terreno-, ahora, al ser iluminados por el Espíritu Santo acerca de la divinidad de Jesucristo, son fortalecidos por el Espíritu de Dios y de tal manera, que “se levantan al momento” (cfr. Lc 24, 33) para “comunicar lo que han visto y oído”[5]. No se quedan inmóviles, sino que salen a misionar, pero no es una misión en la que no anuncian la verdad de Cristo, sino que anuncian, precisamente, la totalidad de su misterio pascual de Muerte y Resurrección. De esta manera, la Iglesia encuentra en los discípulos de Emaús el modelo a imitar y el ejemplo a seguir en su actividad misionera, aunque debe trascender el mensaje de Emaús, no en el sentido de anunciar algo distinto, sino de anunciar algo que –al menos no está explicitado en el Evangelio- no está contenido en el mensaje de los discípulos de Emaús: Jesucristo, el Hombre-Dios, no solo ha resucitado, venciendo así al Demonio, el pecado y la muerte, sino que está, vivo y glorioso, resucitado, en la fracción del pan, esto es, la Santa Misa, y en el Pan de Vida eterna, la Eucaristía. La Iglesia no puede renunciar a este aviso, so pena de contrariar su esencia misma y de traicionar a la Verdad de Cristo. Si la Iglesia no hace este anuncio en su misión, la de la Presencia real, verdadera y substancial de Cristo en la Eucaristía, entonces se vuelve una Iglesia apóstata.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Eucaristía es “acción de gracias” del hombre a Dios; es una acción de gracias que alcanza su máxima perfección y plenitud “en Jesús, en su sacrificio, en su “sí” incondicional a la voluntad del Padre, y en este “sí” de Jesús, está el “sí” de toda la humanidad”[6], de toda la humanidad que ama a Dios y desea agradecerle no solo por sus innumerables beneficios y dones que continuamente concede, sino ser Dios quien Es: Dios de majestad infinita. Una parte importante de la misión de la Iglesia es recordar a los hombres esta verdad[7]: que Dios merece ser bendecido, alabado y adorado, por su infinita bondad y por su infinita majestad. Tanto más, cuanto que la sociedad en la que vivimos está secularizada y dominada por un hombre que, creyéndose autosuficiente[8], se ha alejado de Dios y ha desterrado a Dios de su corazón y de su vida. La vida del hombre –y con mucha mayor razón, la del católico, que posee la Verdad absoluta de Dios- debe ser una vida “eucarística”[9], en el sentido de que debe ser una vida que debe transcurrir en una acción de gracias continua, en el reconocimiento de que todo lo que el hombre es –imagen y semejanza de Dios- y posee –la gracia santificante, que lo convierte en hijo adoptivo suyo por el bautismo-, proviene de Dios. Sólo en la Eucaristía y por la Eucaristía, el hombre, asociándose al sacrificio de Cristo y uniéndose a Él por el Espíritu Santo efundido a través del Agua y la Sangre de su Corazón traspasado, puede el cristiano hacer de su vida una acción de gracias continua, una “Eucaristía” continua, como anticipo de la acción de gracias que, por la Misericordia Divina, esperamos tributar a Dios y al Cordero, por los siglos sin fin, en el Reino de los cielos.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré”.




[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane nobiscum, Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al clero y a los fieles para el Año de la Eucaristía 2004 – 2005, III, 19.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. Juan Pablo II, ibidem, IV, 24.
[6] Cfr. Juan Pablo II, ibidem, IV, 26.

[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.

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