sábado, 16 de diciembre de 2017

Hora Santa por agravio contra la Virgen en marcha LGBT en Argentina 111217


Los manifestantes de la marcha LGTB transportanto una imagen de la Virgen / Facebook

         Inicio: penosamente asistimos a la enésima muestra de un laicismo ofensivo que, injustamente, ataca a lo más preciado que poseemos los católicos. En este caso, se trata de una –horrible- parodia, muy similar a la blasfema representación de la Virgen abortando, que se hiciera ante la Catedral de San Miguel de Tucumán: ahora se trata de una provocativa “procesión” en la que se transportó a una imagen de la Virgen también abortando. Las informaciones relativas al penosísimo ultraje pueden ser corroboradas en los siguientes enlaces:
         Ofrecemos la Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por esta nueva ofensa contra la Madre de Dios. Utilizaremos, para las meditaciones, algunos extractos del libro de San Luis María Grignon de Montfort “El secreto de María”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         Estamos en esta vida terrena solo para una cosa: para santificarnos por medio de la gracia, obtenida para nosotros por Jesucristo, a través de su Sacrificio cruento en la Cruz, y así ganar el Cielo, evitando la eterna condenación. Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos por la Sangre de Jesucristo, lo que Dios quiere de nosotros no es que simplemente seamos “buenos”, sino que seamos “santos”, lo cual es ser buenos pero con la bondad divina y no meramente con la bondad humana. Lo que Dios quiere es que lo imitemos en su bondad divina, en su santidad, de manera que, participando por la gracia de su santidad en esta vida, luego seamos partícipes de su gloria en la eternidad[1]. Cuando el alma se decide a vivir la vida de la gracia, esto es, a vivir en la santidad, se produce un cambio notable, según los santos: “el polvo se trueca en oro, la tiniebla en luz, el pecado en santidad, la creatura en su Creador y el hombre en Dios”[2].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, esta obra admirable de la santificación de la creatura, es del todo imposible de lograr para el hombre –o incluso para el ángel- con sus propias fuerzas: nadie sino Dios, con su gracia extraordinaria, puede realizarla, siendo la obra de la santificación de las almas más grandiosa aun que la grandiosa creación del universo visible e invisible. La santificación se logra por la humildad de corazón, oración continua, vida conforme al Evangelio, confianza en la Providencia, conformidad con la voluntad divina, pero para poder alcanzar y vivir de esta manera, como hijos de la luz, se necesita de modo indispensable de la gracia santificante[3]. Dios no niega a nadie su gracia, aunque no a todos se le concede en la misma medida, sino que a cada uno le da lo que cada uno necesita para su eterna salvación. Es decir, sin gracia, es imposible la santificación y sin santificación, es imposible alcanzar el cielo. Solo con la gracia, que no es negada a nadie por Dios, puede el alma santificarse en esta vida y recibir la glorificación en el Reino de los cielos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Afirman los santos que, entonces, siendo la gracia la causa de la santificación, todo se reduce a hallar un medio para conseguir la gracia que Dios quiere, positivamente, darnos, para salvarnos, porque es como dice la Escritura: “Dios quiere que todos se salven” (cfr. 1 Tim 2, 4). Los santos, como San Luis María, nos revelan un medio para conseguir la gracia del modo más seguro posible y es el de acudir a María: “Para encontrar la gracia, hay que encontrar a María”[4], Mediadora de todas las gracias. Las razones por las cuales acudir a María son varias: “solo María encontró gracia delante de Dios (Lc 1, 30) y no solo para sí sino también para todos los hombres, pues era la Llena de gracia y esto a diferencia de los patriarcas, profetas y santos del Antiguo Testamento que no pudieron encontrarla”. Al dar María la vida humana a Aquel que es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia, es llamada “Madre de la gracia”[5]; María fue concebida no solo como Inmaculada Concepción, sino también como Llena de gracia, pues estaba destinada a ser la Virgen y Madre de Dios, por lo que Dios le ha entregado a ella su propia voluntad salvadora, de manera que si es verdad que “Dios quiere que todos se salven”, la Virgen también quiere que todos sus hijos adoptivos se salven, y para eso no escatima en distribuir las gracias que estos necesitan, para cumplir la voluntad salvífica de Dios.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Dios Uno y Trino creó a María como la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, para que ella fuera Virgen y al mismo tiempo la Madre de Dios Hijo encarnado. Este doble privilegio lo obtuvo María por ser estar ella inhabitada por el Espíritu Santo, Quien la colmó de gracias desde el mismo instante de su Concepción Purísima. Por esta razón, la Virgen fue elegida para ser la “tesorera, administradora y dispensadora de todas sus gracias”[6], de manera tal que cualquier gracia que Dios quiere conceder a los hombres, lo hace por medio de María. No hay ninguna gracia, por pequeña o grande que sea, que no pase por el Corazón de María y por sus manos purísimas. Según los santos[7], “la Virgen ha recibido de Dios el poder de repartir a quien quiere, como quiere y cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Padre, las virtudes del Hijo y los dones del Espíritu Santo”[8]. Otra razón para acudir a María como Mediadora de todas las gracias, es el hecho de que ella es Nuestra Madre celestial, habiéndonosla donado Jesús antes de morir, en la persona de Juan, cuando el Redentor dijo a Juan: “Hijo, he ahí a tu Madre”. Puesto que en Juan estábamos representados todos los hombres, desde ese momento ella nos adoptó como hijos adoptivos muy amados suyos y desde entonces vela por todos y cada uno de nosotros. Así como sucede en el orden natural, en el que todo niño debe tener un padre y una madre, así en el orden sobrenatural, los católicos, por el Bautismo sacramental, obtenemos un Padre que nos adopta como hijos suyos, Dios Padre, y en el mismo momento, adquirimos una Madre celestial, la Virgen, que se convierte en Nuestra Madre del Cielo. Y es tan importante demostrar a la Virgen nuestro amor de hijos, que según San Luis María, “quien no demuestre a la Virgen la ternura de un verdadero hijo, en vez de tener a Dios Padre, tiene por dios a un demonio”[9].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La Santísima Virgen María, siendo ella la Purísima Concepción y la Llena de gracia, permaneciendo Virgen pues concibió al Verbo Eterno del Padre no por obra humana sino por obra del Espíritu Santo, Dios, la Tercera Persona de la Trinidad, dio a luz –milagrosamente- en Belén a la Persona Segunda de la Trinidad, la cual se había encarnado en su seno purísimo para adquirir un Cuerpo al cual ofrecer en sacrificio en la Cruz. Así, al dar a luz a la Cabeza, Cristo Jesús –Dios Hijo proveniente del eterno Padre y nacido en el tiempo de María Virgen-, la Virgen se convirtió en la beatísima y por todos los siglos Santísima Madre de Dios. Pero también la Virgen da a luz al Cuerpo Místico de la Cabeza, que es Cristo; esto es, la Virgen da a luz a los miembros del Cuerpo Místico de Jesús, los bautizados en la Iglesia Católica, y así se convierte en Madre de los miembros de Cristo. No solo dio a luz a la Cabeza de los predestinados, Jesucristo, sino que da a luz también a los miembros del Cuerpo de esa Cabeza, los católicos, de la misma manera a como una madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni los miembros sin la cabeza. Por esta razón, “quien quiera ser miembro auténtico de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14), debe dejarse formar en María por la gracia, porque ella es la Plena de gracia, gracia dada por Dios a la Virgen para que ella la comunique en plenitud a los hijos suyos, los hijos de Dios”[10], los hijos de la Virgen, los hijos de la luz.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. San Luis María Grignon de Montfort, El secreto de María, 1.
[2] Cfr. San Luis María, ibidem.
[3] Cfr. San Luis María, ibidem.
[4] Cfr. San Luis María, o. c., II.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] San Bernardino.
[8] Cfr. San Luis María, o. c., II.
[9] Cfr. ibidem.
[10] Cfr. ibidem.

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