jueves, 15 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por sacrilegio contra Nuestra Señora de Luján en Escaba, Tucumán, Argentina 110318



         Inicio: iniciamos esta Hora Santa y rezo del Rosario meditado en reparación y desagravio por los ultrajes cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. En la localidad de Escaba, al sur de la provincia de Tucumán, Argentina, se produjo un horrible sacrilegio contra la Madre de Dios, en su advocación de Nuestra Señora de Luján: dos individuos desconocidos, en horas de la madrugada, incendiaron una imagen de Nuestra Señora de Luján. Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por este horrible delito, al tiempo que pedimos por la conversión de los autores intelectuales y materiales.

         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

         Porque estaba destinada desde la eternidad a ser la Madre de Dios, María Santísima fue concebida con un doble privilegio: como Inmaculada Concepción, es decir, como libre de toda mancha del pecado original –y por eso es llamada también “La Purísima”- y como inhabitada por el Espíritu Santo y por eso es llamada “La llena de gracia”. Por esto mismo, María Santísima es la creatura más excelsa jamás creada, luego de la Humanidad sacratísima de su Hijo Jesús, quien la supera en santidad solo por ser la humanidad del Verbo de Dios, unida personalmente a la Segunda Persona de la Trinidad. Porque la Virgen debía alojar en su seno virginal, durante nueve meses, al Verbo de Dios encarnado, no podía Ella poseer ni la más pequeñísima sombra de malicia, y por eso es la Inmaculada Concepción. Pero además, el Verbo necesitaba ser llevado, del seno del eterno Padre, al seno de la Virgen Madre porque en su encarnación no habría de intervenir obra alguna, al ser la Redención obra exclusiva de la augustísima Trinidad y por esa razón, fue concebida inhabitada por el Espíritu Santo, de manera que el Verbo de Dios, al encarnarse por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, fuera recibido por este mismo Espíritu Santo, para ser amado en la tierra, en el seno purísimo de María, con el mismo y único Amor Divino con el que era amado por el Padre desde la eternidad. ¡Oh Santísima y Beatísima Trinidad, Dios Uno y Trino, Dios que eres Trinidad perfectísima de Divinas Personas en unidad de naturaleza, te damos gracias por el don inefable que hiciste a la Iglesia y a nosotros, pobres y miserables pecadores, al concedernos como Madre de Dios y Madre Nuestra a la siempre bienaventurada Virgen María!

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Puesto que se da el nombre de “madre” a toda mujer que da a luz a una persona, María Santísima es llamada “Madre de Dios” porque el fruto de su alumbramiento virginal fue la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios encarnado, la Palabra de Dios humanada.  Y puesto que su concepción milagrosa por obra del Espíritu Santo y su alumbramiento prodigioso en Belén, Casa de Pan, no menoscabó su integridad ni antes, ni durante, ni después del parto virginal, la Madre de Dios es Madre y Virgen al mismo tiempo, un prodigio único y sublime concedido por la Trinidad, que jamás había sido visto antes y que no se verá nunca más por todas las eternidades. La maternidad de María Santísima es singular y particular porque es de origen celestial porque todo en Ella fue obra del Espíritu Santo: la Encarnación del Verbo y su Nacimiento prodigioso, de manera tal que el seno purísimo de María continuó siendo tan puro como antes de la Encarnación; continuó siendo puro en el momento en el que alumbraba milagrosamente al Verbo –“como un rayo de sol atraviesa un cristal”, dicen los Padres de la Iglesia- y continúa siendo puro por toda la eternidad, porque jamás en Ella hubo otro amor esponsal que no fuera el Amor del Divino Esposo, el Espíritu Santo de Dios. Al ser la Virgen pensada por la Trinidad para ser la Madre de Dios Hijo, no podía, sin menoscabar su dignidad de Madre de Dios, estar contaminada ni siquiera con la más ligerísima mancha, no ya de pecado, sino de imperfección, por lo que María Santísima no estuvo jamás sometida a la concupiscencia de ninguna clase, sino ni siquiera tuvo la más ligerísima imperfección, siendo la Madre Purísima y Perfectísima que Dios Hijo necesitaba, según su dignidad divina, para su Encarnación.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

La concepción, gestación y nacimiento del Verbo del Padre en el seno purísimo de la Virgen Madre puede ser comparado a la acción del rayo del sol sobre el diamante. A diferencia de las piedras comunes del camino, que son oscuras porque solo reflejan pero no atrapan en sí mismas la luz –es lo que explica que, cuando no reciben luz, sean opacas y oscuras-, el diamante es una piedra luminosa porque se caracteriza por atrapar en su interior a la luz, cuando la recibe desde afuera: una vez que la luz ilumina al diamante, éste la atrapa en su interior, en el sentido de no provocar su rechazo, como en el caso de las piedras comunes. Y solo después de haber atrapado a la luz, el diamante libera a la luz, reflejándola desde su interior hacia el exterior y es esto lo que explica el hecho de que el diamante sea una piedra luminosa, que resplandece con la luz que brota de su interior. De modo análogo, la Santísima Virgen –a quien podemos llamar, con respeto y veneración “el Diamante de los cielos”- se comporta como un diamante con respecto a esa luz celestial que es su Hijo Jesús: más que un rayo de luz, Jesús es el Sol de justicia en sí mismo; proveniente del Padre desde la eternidad, este Divino Sol es conducido por Dios Espíritu Santo desde el seno del eterno Padre al seno de la Virgen Madre. Allí, tal como lo hace el diamante con la luz, que lo atrapa en su interior, la Virgen Madre recibe a este Sol celestial que es Jesús, en su seno virginal, lo conserva en su interior por nueve meses para darle nutrientes y una vestimenta humana al Verbo de Dios y luego, al cabo de once meses de gestación, lo da a luz, desde su interior hacia el exterior –tal como sucede entre la luz y el diamante terrenos-, convirtiéndose así la Virgen en Portal de eternidad, por la cual viene a nuestro mundo la Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna, Jesucristo, el Niño Dios, nacido en Belén, Casa de Pan. Y tal como hace el rayo de sol, que al atravesar el cristal lo deja intacto antes, durante y después de atravesarlo, así el “Sol divino que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”, Cristo Jesús, deja intacta la virginidad de su Madre antes, durante y después del parto virginal en Belén.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Con el alumbramiento virginal del Sol de justicia, Cristo Jesús, a través del seno virginal de María Santísima, se da cumplimiento a la profecía de la Escritura, de que habría de “visitarnos el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”, es decir, para iluminar a las almas de los hombres, entenebrecidas por el pecado, oscurecidas por el error y la ignorancia acerca del Dios Verdadero y dominadas por las tinieblas vivientes, los ángeles caídos. Es a través de María Santísima, Diamante resplandeciente de los cielos eternos y Portal celestial por el cual nos viene la luz eterna y divina que es el Verbo de Dios encarnado, que los hombres somos iluminados por esta “luz que viene de lo alto”, Luz celestial, divina, eterna; Luz que contiene la Vida misma de la Trinidad; Luz que derrota con su claridad diáfana y transparente a las más densas tinieblas en las que los hombres vivimos desde el pecado de Adán y Eva, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia, de la muerte terrena y eterna y las tinieblas siniestras vivientes, los ángeles apóstatas y rebeldes. Quien se deja iluminar por la luz que brota del seno virgen de María, “no vive ya en tinieblas”, sino que “tiene en sí la vida eterna”, la vida de Dios Uno y Trino, porque la luz que nace de María Santísima es la Luz de Dios, es Dios, que es Luz y Luz Viviente, que da la vida divina a todo aquel que ilumina. Quien es iluminado por la Luz celestial que surge milagrosamente del seno de la Virgen y Madre de Dios, ya no camina más en tinieblas, sino que tiene en sí mismo la Luz que resplandece en los cielos eternos, Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

María Santísima, Virgen y Madre de Dios, es Madre y figura de la Iglesia, que anticipa y representa a la verdadera y única Iglesia de Jesucristo, la Santa Iglesia Católica. Esto significa que todos los misterios que se encuentran en María, se reproducen en la Iglesia. Como la Virgen, la Iglesia, nacida del Costado traspasado del Señor, es Santa y Pura; como la Virgen, que concibió y dio a luz milagrosamente por obra del Espíritu Santo sin intervención humana alguna en la concepción del Verbo de Dios encarnado, así la Iglesia concibe y da a luz, prolongando en la Encarnación del Verbo, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios humanado que así prolonga su Encarnación, por obra del Espíritu Santo y luego de las palabras de la consagración, en la Sagrada Eucaristía. Como la Virgen, que dio a luz en Belén, Casa de pan, a su Hijo Jesús, Dios Hijo en Persona, oculto en una naturaleza humana, así la Iglesia da a luz por las palabras de la consagración sobre el altar eucarístico, Nuevo Belén, al Hijo de Dios, Jesucristo, que así prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía. Por último, así como por María Virgen vino a nosotros los hombres el Hijo de Dios, oculto en una naturaleza humana, así por la Santa Madre Iglesia viene a nosotros ese mismo Hijo de Dios, oculto en las apariencias de pan y vino. Que la Inmaculada Concepción, Virgen y Madre de Dios, la Inmaculada Concepción, interceda ante Nuestro Señor para que, con el alma en gracia y llena del Amor de Dios, recibamos en la Eucaristía a su Hijo Jesús, lo entronicemos en nuestros corazones y allí lo adoremos, en el tiempo y en la eternidad.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



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