sábado, 7 de abril de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a la Eucaristía transportada por un dron en una iglesia en Brasil 020418



Inaceptable e inaudita profanación de la Sagrada Eucaristía.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ultraje a la Eucaristía cometido en una iglesia parroquial en Brasil. El sacrilegio consistió en que la Sagrada Eucaristía fue introducida en el templo parroquial transportada por un dron, en medio de aplausos, gritos y risas de los asistentes. La información relativa al repudiable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces:



Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

         Toda la Tradición de la Iglesia, desde el momento mismo en el que el Señor Jesús instituyó la Eucaristía en la Última Cena –llamada también la “Primera Misa”-, cree firmemente en el “misterio de la Presencia real”[1] del Señor Jesucristo en la Eucaristía. Es decir, toda la Iglesia, desde hace dos mil años, en que Jesús consagró la Primera Eucaristía en la Última Cena y dejó el mandato de la Iglesia de hacer lo mismo “en memoria suya hasta que Él vuelva”, instituyendo para eso el sacerdocio ministerial, cree sin ninguna duda de que las palabras de la consagración “Esto es mi Cuerpo, Esta es  mi Sangre” pronunciadas por el sacerdote ministerial, producen el milagro de la Tansubstanciación, por el cual las substancias del pan y del vino se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Esto en virtud del Santo Sacrificio de la Cruz, que es en donde la Última Cena encuentra su sentido, hacia la que se orienta y del cual obtiene su esencia, el ser no un mero ágape fraterno, sino un verdadero sacrificio, el único sacrificio de la cruz, representado incruenta y sacramentalmente. Ésta es la fe bimilenaria de la Iglesia, y quien así no lo cree, se aparta de la fe de la Tradición de la Iglesia y, por supuesto, se aparta de la Iglesia. Como Judas Iscariote, en quien “entró Satanás en él luego de tomar el bocado” y “salió afuera” del Cenáculo, en donde ya “era de noche”. Quien no tiene la fe de la Iglesia, se interna en las oscuras tinieblas del error, de la herejía, del cisma.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Por estas razones, la Última Cena es mucho más que una “santa cena” si por esta se entiende una mera reunión del fundador de una nueva religión con sus seguidores antes de su muerte: es el momento en el que el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo consagra la Primera Eucaristía de la historia. Y de la misma manera, la Santa Misa tampoco es una mera “santa cena” si por este término se entiende el mero recuerdo de una cena fraterna realizada hace veinte siglos pero que no hace referencia a ningún sacrificio en cruz ni tampoco es su representación incruenta y sacramental. La “Presencia real” en la cual la Iglesia cree acerca de la Eucaristía no es “llamada real por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace substancialmente presente en la realidad de su Cuerpo y de su Sangre”[2]. Esto significa que en la Eucaristía Jesucristo se encuentra tal como se encuentra en el Reino de los cielos: en el Reino de los cielos, el Hombre-Dios se encuentra con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, su Humanidad gloriosa –su Cuerpo glorificado y su Alma glorificada- está unida hipostáticamente, personalmente, a la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo Eterno del Padre. Lo que la Iglesia quiere significar cuando dice que en la Eucaristía la Presencia de Cristo es “real”, es que en la Eucaristía Cristo está tal como está en el Cielo, esto es, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad o, lo que es lo mismo, con su Humanidad glorificada –su Cuerpo y su Alma- y unida hipostáticamente, personalmente, a la Segunda Persona de la Trinidad. No hay misterio más sublime, majestuoso y maravilloso que éste: la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, Presencia por la cual, cuando nos encontramos delante de la Eucaristía, es el equivalente al encuentro que los ángeles y santos tienen con el Cordero de Dios en la vida eterna. La Santa Fe católica nos dice por lo tanto que “ante la Eucaristía (…) estamos ante Cristo mismo”[3] y es por esta Presencia real que Cristo Jesús cumple su promesa de “estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”[4].

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

En el Cielo, los ángeles y santos que están ante la Presencia del Cordero, se postran en señal de adoración, al tiempo que entonan cánticos de adoración y alabanza. La postración, que indica adoración, es un movimiento natural tanto para el ángel como para el hombre pues ambas creaturas fueron creadas por Dios para que encontraran su felicidad en la adoración a Dios Uno y Trino. Cuando se hace esta consideración, tanto la postración, como la genuflexión, como así también la comunión de rodillas, no aparecen como gestos costumbristas o piadosas costumbres derivadas de épocas pasadas pero que ya no son válidas para el hombre de hoy: se manifiestan, por el contrario, como la más natural actitud posible para la relación entre Dios y el hombre. En otras palabras, Dios Trino creó al ángel y al hombre para que se deleitaran en su amor y en su adoración, es decir, en el amor y en la adoración al Ser divino trinitario en el que subsisten las Tres divinas Personas y puesto que la postración y la genuflexión –y en el caso del hombre que aún es viador, la comunión de rodillas- son signos externos que exteriorizan el amor y la adoración interiores, nacidas del corazón del ángel y del hombre, lo más natural es que tanto el ángel como el hombre, al estar cara a cara frente a Dios, se postren y se arrodillen ante Él, en señal de amor y adoración. Esto es lo que el Ángel de Portugal le enseña a los tres pastorcitos en Fátima, cuando antes de darles la comunión bajo las dos especies, él mismo se postra ante la Eucaristía y el Cáliz que permanecían flotando en el aire: les enseña a adorar al Dios de la Eucaristía, postrándose ante la Eucaristía y tocando la frente con el suelo, para luego darles la comunión, recibiéndola los Pastorcitos de rodillas. La “conciencia viva de la Presencia real de Cristo”[5] en la Eucaristía debe fomentarse, dice el Papa Juan Pablo II, “testimoniándola con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y el modo de comportarse”[6]. La postración, la genuflexión ante la Eucaristía y la comunión de rodillas constituyen, en este sentido, el cumplimiento cabal del pedido del Santo Padre, como así también lo expresado por San Agustín: “Que nadie coma de aquella Carne si antes no la ha adorado. Pecaríamos si no la adoráramos”[7].

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Para los Padres Griegos[8], la Iglesia cree que en la consagración se produce la transubstanciación porque fue Jesús en Persona quien pronunció sobre el pan y el vino las palabras de la consagración, de manera que si Él mismo es quien dice que el pan es su Cuerpo –después de la consagración- y el vino es su Sangre –después de la consagración-, “nadie puede dudar”: “Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo” y tomando el cáliz, después de pronunciar la acción de Gracias, dijo: “Tomad y bebed, ésta es mi sangre”. Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Ésta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?”. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo no debe nunca ser interpretado en sentido material, como lo hicieron los judíos, porque Jesús nos invita a comer su Carne glorificada, como habiendo ya pasado por el misterio pascual de muerte y resurrección y ésa es la razón por la cual, al comulgar la Eucaristía, recibimos la vida eterna del Ser divino trinitario contenida en la Eucaristía. Al comulgar, debemos hacerlo con la “firme convicción de que son el Cuerpo y Sangre de Cristo”[9]. El Cuerpo de Cristo se nos da bajo el signo de pan y su Sangre bajo el signo de vino y de tal manera es así que, al recibirlos, nos hacemos “concorpóreos y consanguíneos suyos”[10], lo cual no sucedería si no hubiera transubstanciación, es decir, conversión completa de la substancia del pan en su Cuerpo y de la substancia del vino en su Sangre. La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos hace “cristóforos”, portadores de Cristo y partícipes de su naturaleza divina y esto en virtud de la transubstanciación, hecho que caracteriza a la verdadera fe católica sobre la Eucaristía: “Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre. Así, como dice san Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina”.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Como una prefiguración del Verdadero Pan de la Alianza Nueva y Eterna, existían en la Antigua Alianza los panes de la proposición, los cuales ya no existen más, porque eran solo figura de la realidad, la Sagrada Eucaristía[11], “pan celestial y bebida de salvación que santifican el alma y el cuerpo”[12] y hacen inútil el regresar a los ritos del Antiguo Testamento. El Pan y el Vino consagrados no son meros elementos materiales, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo y en esto consiste la fe católica en la Eucaristía. Por la fe de la Iglesia, entonces, el alma puede ver en el Pan y el Vino consagrados algo que a los sentidos del cuerpo parecen pan y vino pero ya no lo son más, pues se tratan del Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, Jesucristo[13]. Es la fe de la Santa Madre Iglesia la que nos lleva a creer firmemente que, aunque la Eucaristía tenga sabor a pan no sea pan, sino el Cuerpo de Cristo; y que lo que al gusto tiene sabor a vino no sea vino, sino la Sangre del glorioso Cordero de Dios[14] Quien, por la comunión eucarística, nos comunica de su gloria, de su vida, de su luz, de su alegría divina, aquí en la tierra, como un anticipo del don de sí mismo por la eternidad, en el Reino de los cielos.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine al Episcopado, al Clero y a los Fieles para el Año de la Eucaristía Octubre 2004 – Octubre 2005, II, 16.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. Mane Nobiscum Domine, II, 17.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. San Agustín, en Benedicto XVI, Sacramentum caritatis.
[8] De las Catequesis de Jerusalén, Catequesis 22 [Mistagógica 4], 1. 3-6. 9: PG 33, 1098-1106.
[9] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.
[10] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.
[11] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.
[12] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.
[13] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.
[14] Cfr. Catequesis de Jerusalén, ibidem.

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