martes, 15 de mayo de 2018

¡Ay de los que se burlan de Dios y mueren en su burla! Hora Santa en reparación por desfile de modas ofensivo contra la Iglesia Católica en Nueva York 070518



Blasfemia en el Met. Rihanna, cantante rayana en lo obsceno, vestida como papisa.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el blasfemo desfile de modas llevado a cabo en el Museo Metropolitano –“Met”- de Nueva York el 07 de mayo de 2018. En el mismo, se usó de modo impúdico, sensual y obsceno, paramentos correspondientes a cargos dignatarios de la Iglesia, como por ejemplo, “la tiara de Pío IX, zapatos de San Juan Pablo II y la casulla de Pío XI”. La noticia acerca de tan lamentable suceso se puede encontrar en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


Blasfemia en el Met. Rihanna, cantante rayana en lo obsceno, vestida como papisa.


Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

La luz de la fe, que muestra la gloria y la dulzura de la gracia, ablanda el corazón del pecador y lo sacude profundamente revelándole los males y castigos que le esperan si permanece al margen de la gracia[1]. El temor natural, por grande que sea, no nos prepara para la recepción de la gracia; en cambio, el temor sobrenatural a la cólera de Dios y sus consecuencias supone la fe sobrenatural y es despertado por el Espíritu Santo, haciéndonos sentir vivamente cuánto nos perjudicamos al perderlo y cuántos son los espantosos castigos con que Dios castigará su desprecio. Este temor sobrenatural de Dios, que nos hace temer su castigo eterno y nos hace desear el no ofenderlo, es un don del Espíritu Santo que penetra en el alma como afilada espada y que corta los lazos que nos atan a los objetos amados pecaminosamente. Esta espada se mantiene suspendida sobre nuestra cabeza hasta que nos hayamos refugiado bajo el manto de la gracia y ocultado en el seno de Dios. Si permanecemos sordos a esta advertencia, es porque voluntariamente y temerariamente deseamos rechazar la divina gracia, olvidando la terrible sentencia que Dios dictará un día contra los que menospreciaron ese don: “¡Apartaos de Mí, malditos, obradores de iniquidad, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles!” (cfr. Lc 23, 25-27). Dios es Amor misericordioso, pero si rechazamos el don del Espíritu Santo del temor de Dios, que nos hace desear la gracia, inevitablemente viviremos y también moriremos sin la gracia, haciéndonos merecedores de la sentencia del Terrible Juez.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Es verdad que Dios es Amor Misericordioso, pero también es verdad que, si el pecador persiste en su maldad, la paciencia de Dios y también su misericordia se terminan, para dar paso a su Justicia. En efecto, Dios no sería Dios si fuera injusto, y es injusto que no dé al pecador lo que pecador desea: el pecador, rechazando el don del temor de Dios, no quiere refugiarse bajo los rayos de su Divina Misericordia y temerariamente elige enfrentar a Dios, diciéndole: “¡No quiero tu Misericordia!”. Lo que sucede es que, quien se niega a la Misericordia Divina, recibe la Justicia Divina. Por eso Dios dice al pecador: “Verteré mi cólera en la medida de mi misericordia” (Ecli 16, 12-13). En la misma medida con que Dios intentaba atraer al pecador con el Amor de su Sagrado Corazón, en la misma medida ahora lo rechazará, con toda la fuerza de su Ser, como un amante despechado no quiere saber ya nada con quien amó hasta la locura, pero lo rechazó una y otra vez, hasta el cansancio. Es decir, cuanto mayor ha sido y se ha mostrado la Divina Misericordia, haciéndonos hijos suyos por la gracia, tanto más terriblemente se dejará sentir la severidad de su Justicia Divina cuando descargue ésta sobre aquellos que despreciaron la gracia[2] y persistieron en su malicia. ¡Ay de aquel que desaproveche el tiempo de la Misericordia y, haciendo burla del temor de Dios, rechace la gracia de la conversión y se atreva a despreciar y desafiar al Dios Tres veces Santo!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

Por su Amor, Dios promete, por medio de la gracia, inundarnos y colmarnos de bendiciones, al punto de inundar nuestra alma, por así decirlo, en la Bondad divina. Un ejemplo puede darnos una idea: así como una esponja, que no desea otra cosa que estar empapada en el agua, si es arrojada al mar ve satisfecho su deseo y aún al infinito, porque toda el agua del mar es para ella, aun cuando su capacidad de absorber tanta agua sea limitada, así Dios desea sumergirnos en ese Océano de Misericordia que es su Sagrado Corazón y es para ello que nos atrae continuamente desde la cruz, como Él lo dijo: “Cuando Yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí” y todo esto, por el solo hecho de unirnos a sí, a su Sagrado Corazón trinitario, para inundarnos de amor y delicias. Pero dice también la Escritura que “saciará sobre los pecadores su cólera” (Ez 6, 12), porque nada hay tan sensible como un amor despreciado y rechazado una y otra vez y no solo, sino también, ultrajado. Cuanto más tierno y dulce haya sido el amor, tanto más fuerte, amarga y terrible será la cólera divina, desatada sin medida –como sin medida era el Amor con el que quería amarlo- contra el pecador que rechace su Amor; tanto más dura y severa será la ira de Dios, cuanto más haya sido el desprecio y rechazo del pecador para con su Misericordia. Y así es como lo dice la Escritura: “En la medida en que el Señor se regocija antes en hacernos el bien y en acrecentarlo, se gozará en perderos y en aniquilaros” (Deut 18, 63). Dios, Fuego de Amor Divino, es también Fuego de cólera infinita. Si es benéfico y amable cuando nos da su gracia, es terrible y cruel cuando hiere, consume, desgarra y tortura a los que se endurecieron contra sus bendiciones, y su cólera dura lo que la eternidad. ¡Ay de aquel que, haciendo mofa de la santidad del Dios Tres veces Santo, con soberbia demoníaca desprecia y rechaza el temor de Dios, burlándose de su Amor! ¡Cuánto lo lamentará, cuando ya sea tarde, porque tendrá toda una eternidad para lamentarse!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

         Cuando un hijo ofende a su padre, el pecado que comete es mucho más horrible y merece un castigo incomparablemente más grande que cuando la misma ofensa es cometida por un servidor o esclavo con relación a su dueño. De la misma manera, así el pecado que cometemos contra nuestro Padre Dios, en cuanto hijos adoptivos de Dios, habiendo sido adoptados por Él por su gracia, es incomparablemente más grave y lo ofende muchísimo más que aquél que sólo es una creatura, porque no fue adoptado por Dios. Como hijos de Dios que somos, no podemos pretender recibir el mismo castigo y la misma reprimenda que alguien que no es hijo suyo. Después de haber sido llamados a la gracia, nuestra pena debe ser muy distinta, equivalente a la dignidad y a la majestuosa altura a la que la gracia nos eleva[3]. La dignidad que da la gracia al alma, al adoptarla como hija adoptiva de Dios, es profundísima e inefable; es algo tan grandioso, que el alma supera a los ángeles en dignidad, pues a ellos no les fue concedida la participación en la filiación divina, como sí sucedió con nosotros, en el momento del bautismo. Pero a esta dignidad tan alta, al ser rechazada, le equivale una pena y un dolor equivalentes y es por eso que, para el pecador impenitente, esto es, para aquel que se burla de la Divina Misericordia hasta el último instante de su vida y entra así, con una sonrisa burlona y malvada en la vida eterna, Dios construye un nuevo infierno, atroz y espantoso, con nuevas torturas, nuevas aflicciones y un nuevo fuego cruel, atroz e insoportable. Y así como despliega su poder para hacernos partícipes de su naturaleza y felicidad, usa de ese mismo poder para abrumar al pecador, mediante un milagro no menor, de males inimaginables en el Infierno eterno[4]. Lo humilla y lo tortura y lo mantiene sobrenaturalmente en esos males, porque eso es lo que quiso el pecador impenitente y eso es lo que Dios, por su Justicia Divina, le concede. ¡Ay de los que se burlan de Dios y mueren en su burla sin haberse arrepentido!

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).

Meditación

         Podríamos resistirnos a creer que Dios pueda castigar nuestros pecados de un modo tan atroz, pensando en que su Misericordia es infinita, inagotable e inefable. Sí, lo es, pero también su Justicia es infinita, inagotable e inefable, y no puede, en virtud de esta su Justicia Divina –que junto a la Misericordia Divina constituyen la esencia de su divinidad-, no puede dejar de dar al pecador impenitente aquello que el pecador impenitente libremente eligió, es decir, ausencia de Misericordia, para recibir todo el peso de la Ira y de la Justicia divina. Para que nos demos una idea de cómo es Dios cuando se desprecia su gracia, sólo debemos postrarnos de rodillas y con la frente en el suelo, para adorar a Dios Hijo crucificado y así luego contemplarlo en su crucifixión. Para darnos una idea de cómo es Dios cuando su gracia se desprecia, contemplemos al Hijo de Dios en su sacrificio en cruz y contemplemos sus llagas y su Sangre, sus golpes y sus heridas, sufridas por nuestro amor y para pagar por nuestros pecados y ganarnos la gracia. Si el Hijo de Dios debió soportar lo que ningún hombre jamás haya sufrido ni sufrirá en la tierra, ¿no obrará así con nosotros, si mostramos impenitencia y suprema malicia, como es el rechazar obstinadamente la gracia? “Si así se procede con el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?” (Lc 23, 31). ¡Ay de los que se burlan de Dios y de su Iglesia, llamando bien al mal y mal al bien! ¡Más les valdría no haber nacido!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Stabat Mater Dolorosa”.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la Gracia divina, Ediciones Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 236.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 238.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem.

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